Solteros con hijo
Jennifer Westfeldt ya había demostrado sus condiciones para la comedia en su doble función de actriz y escritora con Besando a Jessica Stein (2001) y Cásate conmigo otra vez (2006). Si algo le faltaba a la blonda dama era pegar el salto artístico y dirigir algún guión propio. Como todo llega en la vida a Westfeldt se le dio la oportunidad de debutar como realizadora con Plan perfecto, título menos exacto que el original Friends with kids (Amigos con hijos), vehículo para el lucimiento de sus protagonistas (la misma Jennifer y el brillante Adam Scott) y más allá de ciertos convencionalismos un válido acercamiento a las relaciones de pareja en el siglo XXI.
La temática que aborda como autora Westfeldt seguramente no va a causar indiferencia entre el público argentino: para ciertas cuestiones afines las fronteras tienden a desdibujarse con toda razón. Lo que queda es un espejo común en donde cada quien puede reflejarse de acuerdo a su experiencia de vida. La película describe a un grupo de treintañeros integrado por dos matrimonios (interpretados por Chris O'Dowd & Maya Rudolph por un lado y Kristen Wiig & Jon Hamm por el otro) y los mejores amigos Jason (Adam Scott) y Julie (Westfeldt) que se conocen desde muy jóvenes y se apoyan en todas sus decisiones. Jason es un publicista a quien las mujeres le duran lo que un suspiro mientras que Julie sufre del clásico apuro por conseguir un marido y tener familia antes de que el reloj biológico de señales de agotamiento. A Jason le gustaría ser padre pero sin el desgaste que genera el vínculo –y sus amistades son prueba feheciente de ello- y a Julie le ocurre algo parecido. Surge entonces la idea de concebir un hijo juntos de la manera tradicional –es decir, sin fertilización in vitro- y criarlo a medias. Llamar progresistas a estos dos es en verdad quedarse cortos…
Tras algunas idas y venidas el proyecto se cristaliza con el resultado esperado y aquí empiezan las peripecias para estos padres primerizos. La trama los acompaña íntima y cotidianamente desde mucho antes de la concepción hasta un par de años después del nacimiento del pequeño Joe. En el devenir diario cada uno forma su pareja –él con la bailarina que anima la operadísima Megan Fox y ella con un divorciado bien encarnado por el ya madurito Edward Burns- pero de a poco algo cambia en la relación entre ambos y la eterna pregunta vuelve a reflotarse: ¿puede existir la amistad entre el hombre y la mujer después de una experiencia extrema como la que se plantea aquí? La respuesta viene de la mano con la puesta en marcha de una fórmula que, aún funcional, reduce los riesgos y elimina de cuajo la controversia que se avizoraba en el siempre interesante e inteligente guión. Hubiese preferido que el conflicto derivara en algo menos obvio pero el cine comercial cobra sentido llenando butacas. Para formar a potenciales psicólogos o sociólogos existen canales más adecuados que el cine…
Para Jennifer Westfeldt el mayor desafío como artista debería haber sido sostener la premisa inicial y ver en qué derivaba sin necesidad de apelar al sentimentalismo de una crowd pleaser. La película era factible que rumbeara en esa dirección pero cuánto más la retendríamos en la memoria si la en teoría postmoderna propuesta no degenerara en una trillada historia de amor. Lo que salva a esta producción de las tantas comedias románticas que manufactura a diario Hollywood es el buen gusto de su directora –excelsamente rodeada por un equipo técnico de primera línea-, la impecable elección de los exteriores en la ciudad de Nueva York, el cuidado desarrollo de unos personajes notablemente escritos por la autora (los diálogos, la ambientación y el estilo denotan de a ratos la influencia de Woody Allen) y, por sobre todas las cosas, la química existente entre los protagonistas que se entregan en cuerpo y alma a sus roles; tan contradictorios, caprichosos y falibles como puede serlo cualquier ser humano.