Una pintura de la realidad
Los imperativos en los discursos “Lo que hay que hacer”, “Lo que tienen que saber” y similares suelen enfrentarse a la realidad del día a día a las desigualdades contra las que supuestamente luchan y a la que en teoría combaten, desinflándose como un globo de pésima calidad, como una mentira burda. Ello, sobre todo, cuando se construyen estas aseveraciones como verdades inequívocas, englobando muchas cuestiones encontradas, cuando claramente una sola de ellas puede ser la real.
En esta idea sienta sus bases Planta permanente, la película de Ezequiel Radusky que grafica las bajezas y acomodos que los encargados políticos de las instituciones públicas utilizan tanto como fuerza de presión como As en la manga para congraciarse con las jefaturas (y devolver favores). Escoba nueva barre bien, reza el dicho, pero en el juego de las idas y vueltas lo que vale es la necesidad de la gente, enfrentada a las miserias y el exprimido de los recursos y el esfuerzo de la sangre de quienes ponen el cuerpo mientras el ninguneo se replica tal como sucede en el ámbito privado, con contratos basura que no le gustan a nadie pero cuya implementación jamás dejó de ser efectiva desde la década neoliberal por excelencia.
La película, interpretada por Liliana Juaréz como Lili y la recientemente fallecida Rosario Bléfari como Marcela, crea un universo a partir del vínculo de estas amigas que siembran las bases de un espacio casi en clave familiar en el espacio en que trabajan, pero que es desarmado en lo efectivo y en lo emocional por la nueva jefa, Verónica Perrotta, a la que lo único que le preocupa es que “no pase nada en su gestión”.
En definitiva, una excelente pintura de realidad a cargo de Radusky, que sabe llevar la narración de manera adecuada en lo técnico y lo emocional.