Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari) son compañeras de trabajo, pero también son amigas y socias, sus maridos son a su vez amigos y Lila es la madrina de la hija de Marcela. Ambas trabajan como empleadas de limpieza en el Ministerio de Obras Públicas y juntas sostienen un comedor para empleados en un lugar sin uso del edificio con el cual complementan su sueldo. Se supone que un emprendimiento de este tipo no puede darse en ese lugar en esas condiciones, una imposibilidad desmentida por su presencia desde hace tiempo, avalada por el uso diario de los empleados que ven en los platos caseros de Lila y Marcela una alternativa económica, y sobre todo por la tolerancia de las autoridades. Este estado de cosas, tan precario como el improvisado comedor, se va a ver sacudido por el cambio de gestión y la llegada de una nueva directora. Ahí no solo van a cambiar las reglas de juego sino que la relación de Lila y Marcela va a ser profundamente conmovida.
Planta permanente es el primer largo en solitario del realizador tucumano Ezequiel Radusky después de haber dirigido a dúo Los dueños (2013) junto a Agustin Toscano. En aquella película filmada en Tucumán estaba el choque de clases en el centro del conflicto, algo que Toscano retomo en El motoarrebatador (2018) y que Radusky ahora también pone en juego. En aquel film en conjunto los empleados y cuidadores de un campo aprovechaban la ausencia de los dueños del lugar para colarse en su casa, disfrutar de sus comodidades y vivir una vida vicaria aunque sea por un periodo breve, algo que era censurado por los patrones apelando a un orden y una legalidad que históricamente solo les conviene a ellos. Algo de un orden similar ocurre aquí ya que con su comedor Lila y Marcela, empleadas de la que quizás sea la categoría más baja del establecimiento, no solo ganan un necesario refuerzo económico, sino que también disfrutan de un virtual ascenso social, más simbólico que real pero igualmente importante para ellas, y al ponerlo en jaque la autoridad las que también quedan heridas son sus aspiraciones.
Ante la avanzada, la reacción hacia arriba no tiene más remedio que ser de sumisión y obediencia, con lo cual son las relaciones horizontales las que se ven afectadas. Así es como la amistad entre Lila y Marcela se va deteriorando y van llegando amargamente el resentimiento, las hostilidades, las acusaciones, el distanciamiento, los intentos de boicot y las pequeñas miserias. Un conflicto que llega a colarse también en los hogares. Lo que Radusky pone en escena es una progresiva degradación y muestra cómo ese sistema y esas relaciones de poder no solo las perjudican en su condición material sino que ese sálvese quien pueda y esa rivalidad las afecta también como personas. El hecho de que al principio sean amigas a quienes vemos en escenas de intimidad y confianza hace al asunto aún más descarnado y cruel.
La nueva directora, interpretada por la actriz uruguaya Verónica Perrotta, desembarca con un discurso de unidad, confianza y elogio a los trabajadores que cualquier empleado público con años de experiencia habrá oído en más de un cambio de autoridades. Un discurso que se revela superficial apenas avanzada la gestión, pasando de las sonrisas condescendientes en público a las amenazas sin disfraz en privado. Los otros empleados son solidarios al principio también por su propia conveniencia y también por inercia ya que “las cosas siempre fueron así”, pero el miedo y la indiferencia no tardan en imponerse. Radusky muestra este escenario de relaciones quebradas y mezquindades pero se cuida también de caer en un maniqueísmo de buenos y malos demasiado terminante y no perder de vista que sus protagonistas no dejan de ser víctimas.
Radusky, que fue también empleado público en Tucumán, le da protagonismo a un sujeto fuertemente estigmatizado desde cierto discurso social y depositario de unos cuantos lugares comunes en el imaginario. El ámbito de la dependencia pública le sirve también para poner en escena los vericuetos de la burocracia y los remezones ya establecidos como los nuevos nombramientos y los despidos que son un clásico de toda nueva administración y que en este caso tienen en la hija de Marcela una de las primeras víctimas por su condición de contratada. “Los contratados son carne de cañón” dirá resignado un encargado de personal, que ya sabe cómo funciona el juego.
Este relato es sostenido por las muy ajustadas actuaciones del dúo protagónico que ya había compartido pantalla en Los dueños: La gran actriz tucumana Liliana Juárez (que ganó por este papel el premio a la Mejor Actuación Femenina en el último Festival de Mar del Plata) y Rosario Bléfari en la que sería inesperada y tristemente su última actuación en cine. Radusky hace un retrato muy preciso de sus personajes, que prescinde del costumbrismo y que apela a veces a pequeñas dosis de humor que airean ese ambiente de incertidumbre y agobio.
De lo que se trata finalmente en esta lucha de clases que no llega a ser tal es tanto de la presión que desde arriba se hace sentir sobre los que menos poder tienen como también de la falta de unión de los de abajo que termina consolidando esa misma dominación. La falta de conciencia de clase se diría también o, en cualquier caso, el peor producto de este estado de cosas que es la pérdida de los lazos solidarios. Un retrato que no por desgraciado deja de ser muy reconocible.
PLANTA PERMANENTE
Planta permanente. Argentina, 2019.
Dirección: Ezequiel Radusky. Elenco: Liliana Juárez, Rosario Bléfari, Verónica Perrotta, Sol Lugo, Vera Nina Suárez. Guión: Ezequiel Radusky, Diego Lerman. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Valeria Racioppi. Música: Maximiliano Silveira. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Producción: Nicolás Avruj, Diego Lerman. 78 minutos.