Obra curiosa y singular por donde se la mire, Policía, adjetivo desafía el formato clásico del policial desde su mismo y significativo título, que encierra una cuestión mucho más semántica que policial. Porque casi nada que tenga que ver con este género ligado a la acción, está presente en este film rumano, más allá de su semblanza de un puntilloso trabajo de investigación. Un joven policía, de costumbres solitarias aún viviendo en pareja, pasa días enteros persiguiendo y espiando a un estudiante sospechado de consumir y distribuir sustancias prohibidas. En medio de esa pesquisa metódica y rigurosa, sufrirá una crisis de conciencia al recibir una orden de detención sin pruebas decisivas, casi como un coletazo de épocas despóticas en ese país. Discutirá la situación con su superior y su compañero de tareas, llegando a un debate en el que se verán involucrados la ética, la conveniencia, la burocracia y el sentido del deber. La lectura de un diccionario volverá todo una experiencia semiótica. Vale como interesante acercamiento a un cine prácticamente desconocido, en el que el espectador accede a una idiosincrasia aparentemente despojada de expresividad, empatía y energía vital. Las actuaciones logran una notable verosimilitud, pero los largos planos del seguimiento, carentes de elipsis alguna, extienden innecesariamente la propuesta.