Rumania, esta época. Hace veinte años que Nicolae Ceaucescu ha sido ejecutado y sin embargo en Bucarest y alrededores las cosas no han cambiado tanto. Cristi es policía y en misión secreta debe investigar a un chico que fuma marihuana, un grave delito para las leyes de ese país. Pero Cristi no cree que sea para tanto; recién casado vio en su luna de miel en Praga que la gente fuma marihuana en las esquinas y nadie parece preocupado por eso. Entonces se niega a encarcelar al chico y que le caigan siete años a ese chico por semejante estupidez, y a él toda la desdicha en la conciencia por haber actuado sin convicciones verdaderas. Su jefe, pues, lo obliga a buscar la palabra conciencia en el diccionario de la lengua rumana, y luego policía. De acuerdo a este argumento se construye una de las grandes películas que se hayan producido en el mundo en los últimos años, cuya pureza cinematográfica capta el verosímil del presente y lo proyecta más allá de su época a través de larguísimos planos secuencia sin tiempos muertos ni recursos manieristas, con sentido del humor, rigor político y voluntad de despertar conciencias sin discursos ni demagogia, utilizando el lenguaje (el del cine y el del habla) como arma de defensa y no como estandarte en batallas ajenas.