Con solamente dos largos en su haber, podemos observar que el cine de Porumboiu funciona como ficción, pero además funciona como documental. Y es justamente como documental que comienza Police, Adjective.
Mas allá que comenzamos a ver al policía interpretado magistralmente por Dragos Bucur seguir a unos jóvenes que tienen drogas en su poder, Porumboiu se pone el traje nouvellevaguense , saca la cámara a la calle y se toma todo el tiempo del mundo para filmar la gélida y grisácea Rumania como había ocurrido en Bucharest 12:08 recorriendo los barrios periféricos a las ciudades y reflexionando sobre los cambios económicos ocurridos en su país posteriores al año 2007 cuando Rumania ingreso a la Comunidad Europea y cambio su moneda por el Euro. Mientras en Bucharest 12:08, filmada en el año 2006, veíamos un parque automotor compuesto en su gran mayoría por automóviles Dacia, copias baratas del Renault 12 producidas en serie durante la existencia de la Unión Soviética, en Police, Adjective , podemos observar una existencia de automóviles importados y de todas las marcas en barrios de clase media. Si el director rumano reflexionaba en su opera prima sobre las consecuencias de la revolución, en Police, Adjective lo sigue haciendo mediante la puesta en escena, observando y mostrando simplemente el avance del capital sobre su país.
Volviendo a la ficción, retomemos en la persecución del policía Cristi (Dragos Bucur) a los jóvenes que tienen drogas para consumo personal: el relato gira en la ambigüedad del personaje del policía que por un lado sabe que los jóvenes están cometiendo un delito, pero por otro lado considera injusto que en Rumania la tenencia simple no este despenalizada como en el resto de Europa y no quiere de ninguna manera encarcelar a los jóvenes por tres años y medio que es la condena minima por este delito. Cristi va dilatando la situación en la cual vemos la burocracia cotidiana que tiene que convivir con su trabajo de policía, haciendo informes inútiles sobre unos jóvenes que Porumboiu muestra a la distancia y parecen sencillos y amables e inevitablemente el espectador se ubica en una situación empática con el sentimiento del policía de no pretender encarcelar a estos jóvenes. Cristi y su mujer, maestra ella, hablan de las arbitrarias decisiones de la Academia de lengua Rumana, algunas ridículas, el director reflexiona sobre la arbitrariedad por encima de la razón y la lógica.
Y si este policía ambiguo, casi un personaje salido del manual baziniano del cine objeta las reglas impuestas y le reconoce las dos caras posibles , la aparición de Vlad Ivanov ( aquel que creara un personaje detestable en la extraordinaria película 4 meses, 3 semanas, 2 días) como jefe de la policía en la escena crucial de la película pone los pelos de punta y otra vez Corneliu Porumboiu logra un personaje de ficción salido del molde, como había ocurrido con el genial viejo Piscoci (Mircea Andreescu) en Bucharest 12:08. Ivanov viene a apagar cualquier dualidad y termina poniendo a la institución policial en la antípoda perfecta al sueño cinematográfico. Pareciera ser que a Porumboiu no le gustan los policías. Lo que si sabemos que le gusta y ama con pasión es el cine, y nosotros ya amamos sus películas.