La cámara observa al observador, no propone un misterio sobre el fuera de campo ni sobre la implicancia del policía en la investigación. Habla de cómo lo que ocurre en el ámbito de lo policial, puede ser mirado con una narrativa alejada del misterio.
Esta es una película de sustantivos. El director evita cualquier adjetivación en el relato. Entendiendo por esto la falta, de todo juicio de valor por lo que ocurre y por los personajes.
El título alude, de algún modo, a la conversación que tienen Cristi, el protagonista, con su esposa, quien le explica las normas de uso del lenguaje dictadas por la academia rumana de lengua. Pero también al diálogo de la secuencia final entre el mismo joven policía y su jefe, en relación con el significado de algunas palabras, y en especial con la palabra policía.
La trama cuenta los días en que Cristi, un joven oficial, es asignado a seguir a un adolescente que convida a dos amigos de su edad a fumar unos porros.
La mañana en camino al colegio, la salida hacia el repetido rincón donde se juntan a fumar y el regreso a casa, casa de una familia acomodada y armónica, es el recorrido reiterado en toda la película. El adolescente fue denunciado por su compañero y debe ser seguido para descubrir al proveedor. En caso de no poder detectarlo, la estrategia propuesta por el jefe policial es hacerles una redada y detener al adolescente, intentando hacerlo confesar. Esta acción podría acarrearle al joven varios años de cárcel.
Cristi se opone al procedimiento, porque sabe que el consumo de drogas no está penalizado en el resto de Europa, y supone que pronto dejará de estar penado también allí, en Rumania. Lo que intenta es estirar al máximo la pesquisa, con la intención de desviar la atención y lograr cerrar el caso.
Lo que hace el realizador, más allá de contar estrictamente lo que hace el protagonista y circunstancialmente aquellos a quienes observa, y el relato de esa observación, se encarga de observar a Cristi, de mirar al que mira. El seguidor es observado, y no en un plan de descubrir secretos o establecer juicios. El resultado de la paciente mirada sobre Cristi es recuperar la idea de la acción del policía fisgón, como una práctica burocrática, y a su vez tan vinculada a la vida doméstica, que se despoja a la trama de toda la tradición del relato policial.
Y en esta idea de lo policial despojado de toda condición calificativa, de lo policial como adjetivo, como género, como condición de relato, es que Porumboiu realiza la operación más interesante del film. Más allá de poner la discusión sobre la penalización del consumo de drogas, como algo muy alejado de la lógica del relato policial clásico, a la vez que lo acerca a lo burocrático, la película refiere a la condición del género del relato e impone sus propias lógicas. La cámara que observa al observador, propone no un misterio sobre lo que ocurre fuera de campo, o sobre las propias implicancias del policía en la cuestión investigada, sino que habla de cómo lo que ocurre en el ámbito de lo policial, puede ser mirado (y de hecho lo es), con una narrativa completamente alejada del misterio, de la condición esencial de lo policial en el cine. Y es en esa ruptura con el hecho policial, que el hecho investigado pierde el sentido de lo delictivo. Y lo punible se transforma en un fenómeno de otro orden.
Lo que finalmente se impondrá será lo policial como adjetivo, propio de la tradición narrativa del género cinematográfico clásico – y cuya referencia es explícita -, sino un orden estatal burocrático, que es el ámbito de lo cotidiano policial.
El lenguaje, sus construcciones, los relatos y sus lógicas, son lo que pone en juego el realizador en esta película, cuestionándolas. Aprovechando, como al pasar, para dar cuenta de las distancias que separan a la Rumania actual del resto de la Europa soñada.