Contra la obediencia debida
Corneliu Porumboiu es un descubrimiento de la Quincena de Realizadores (muestra paralela del Festival de Cannes), ya que desde allí ganó nada menos que la Cámara de Oro (distinción a la mejor opera prima) de la edición 2006 con la satírica Bucarest 12:08, estrenada luego en los cines argentinos. Con su segundo largometraje, Policía, adjetivo, este notable exponente del nuevo cine rumano fue uno de los premiados en la sección oficial Un Certain Régard de Cannes 2009. Esta gema también llega ahora a las salas locales, aunque sólo en proyección digital.
Police, Adjective describe los dilemas éticos y morales de un detective al que le encargan vigilar a un estudiante secundario que todos los días consume cigarrillos de marihuana en un parque. Su superior y un procurador quieren que investigue quién le provee la droga, con quién la comparte y desbaratar así el "tráfico". Pero el protagonista está convencido de que se trata de un muchacho cualquiera y va dilatando el caso para no tener que detenerlo por una simple tenencia, delito que en Rumania -al contrario que en el resto de Europa, donde está despenalizado- tiene un mínimo de tres años y medio de prisión.
Porumboiu se sumerge en los problemas de conciencia, filma la cotidianeidad del policía (los diálogos con sus compañeros de trabajo y con su esposa) y su obsesivo seguimiento del caso, mientras va descubriendo las miserias burocráticas y la tendencia represiva de una sociedad que todavía no ha podido quitarse del todo la pesada carga de su pasado comunista.
El film tiene una puesta en escena precisa, un nivel de observación y de detalle que lo hace implacable, un humor que la platea festeja a cada minuto, y un nivel actoral sublime. Pero lo más importante de todo es la inteligencia con que Porumboiu construye y deconstruye el relato, cómo va agregando capas y niveles de lectura, cómo el final aumenta y resignifica todo lo que se ha visto hasta entonces. Una película pequeña y enorme a la vez.