Las palabras y las cosas
El filme de Corneliu Porumboiu se centra en un policía que no está de acuerdo con la tarea que le encomendaron: detener a un joven por consumo de droga.
Si jugás mal al fútbol, vas a jugar mal al fútbol-tenis”, le dice un oficial a otro al comienzo de Policía, adjetivo , la premiada película del rumano Corneliu Porumboiu. “Es una ley”, agrega. Y si bien habrá una escena de fútbol-tenis más adelante, ni la conversación ni ese deporte tienen, aparentemente, importancia alguna dentro del filme. Lo que sí hace esa escena es establecer una de las rutinas que ocupan buena parte del filme: las discusiones casualmente filosóficas (semiológicas, lingüísticas, etc.) que se plantean entre los personajes mientras siguen su rutina cotidiana.
En este caso, Cristi (Dragos Bucur) tiene una tarea policíaca bastante rutinaria y tediosa (que el filme se esmera en mostrar como tal, tal vez generando cierta impaciencia del público, pero completamente a tono con la evolución del personaje y la situación): debe seguir a un adolescente que fuma hachís con sus amigos en la puerta del colegio y averiguar quién le provee las drogas. Todo parece indicar que el “dealer” sería su hermano mayor.
Pero Cristi no logra avanzar demasiado en la investigación y todo parece indicar que sus días y horas de seguimiento y espera terminarán sirviendo para atrapar al chico por consumo y hacerlo pasar hasta ocho años en prisión. Y Cristi no quiere hacer ninguna de las dos cosas “No quiero obligarlo a denunciar a su hermano, no quiero eso en mi conciencia”, dice. Y luego, cuando el asunto parece limitarse sólo al consumo, es para él aún peor: “No quiero arruinarle la vida por una ley que no estará mucho tiempo en vigor: ya no existe en ningún lugar de Europa”, le dice a un superior.
Policía, adjetivo es un policial, digamos, diferente. La tensión se va acumulando de a poco, como en buena parte del nuevo cine rumano ( La noche del Sr. Lazarescu, o bien 4 meses, 3 semanas, 2 días ), y no hay escenas de acción ni tiroteos. Es un caso menor, de esperar, seguir, observar, humorísticamente retratados en los largos y detallados informes que Cristi entrega a sus superiores relatando cada uno de sus pasos. Una tarea que al policía le parece inútil y que, a la vez, le genera problemas de conciencia.
Entre rutina y rutina policial (muchas escenas podrían llevarse a cabo en una comisaria del Gran Buenos Aires y las diferencias serían mínimas), aparecen las conversaciones que van llevando el tema hacia uno de los finales más curiosos en mucho tiempo, en el cual Cristi y su superior discuten, diccionario de por medio, cuestiones como la conciencia, la ley y la ética en el marco de la tarea policíaca.
Antes de eso, Cristi tendrá conversaciones con su mujer sobre anáforas y metáforas en canciones melódicas, lectura de prospectos de remedios, una discusión sobre la función de la Academia Rumana de Letras y cosas así. Los diálogos no son tan libres y espontáneos como uno quisiera: intentan ir cerrando el círculo de lecturas y significaciones que derivarán en el final.
Policial metalingüístico, entonces, extraño, ambiguo y fascinante en su construcción, Policía, adjetivo tiene un final abierto a diversas interpretaciones. El eje sería hasta qué punto un funcionario (en este caso, un policía) puede decidir, de acuerdo a su conciencia, si está bien o no cumplir una determinada ley.
Relacionando el filme con la actualidad local (el caso de los jueces que dijeron que se negarán a oficiar matrimonios entre personas del mismo sexo, por ejemplo, aunque el sesgo ideológico sea casi opuesto), Policía, adjetivo se torna aún más rica y compleja para ser analizada. Es un filme sobre palabras, sobre ideas, sobre la relación entre la ética, la conciencia, la ley y la justicia. No todos los días uno encuentra películas así. Que sea un policial, es casi secundario. La palabra clave en ese título es “adjetivo”.