La mano invisible
Bucarest 12:08 (2006) había tenido una muy buena recepción en los festivales de cine internacionales, incluyendo al BAFICI. En Policía, adjectivo (2009) el realizador rumano Corneliu Porumboiu ratifica su talento y vuelve a un cine lleno de tiempos muertos cargados de sentido, de actuaciones parcas pero convincentes. Un cine político, que reflexiona sobre las grietas que ha dejado la dictadura de Nicolae Ceausescu.
La película se centra en la irritante tarea de Cristi, policía asignado para seguir los pasos de tres adolescentes que fueron vistos fumando hachís, con la finalidad de saber cuál de ellos es el proveedor, apresarlo y que el sistema lo condene. Una suerte de camino “anti-heroico” en el que se topará con oficinas tristes, personajes patéticos y mucha burocracia. Abundan los pasos procedimentales y la asfixia, que una fotografía grisácea se encarga de potenciar, llevando al espectador a un estado de abulia y desazón a tono con lo que le ocurre a Cristi.
Mediante el empleo de planos generales y fijos, el realizador jamás elude el contexto. Como si todo se tratara de un juego de cajas chinas, en el film siempre hay una estructura dominante. Más que haber acción, hay una estética del vaciamiento de la misma. Lo paradójico es que en Policía, adjectivo están todos los componentes que remiten al policial. A saber: un policía, una tarea, un plan de investigación y posibles sospechosos. Pero ninguno de ellos moviliza a la trama, pareciera que hay una suerte de mano invisible que pone en funcionamiento un mecanismo opresivo al cual nadie puede vencer. Allí está el mayor espesor político del film de Porumboiu, que señala la herencia de la dictadura que finalizó en 1989 sin hacer uso de sentencias ni subrayados ideológicos.
Pese a su ascetismo, el humor está presente en todo el metraje, incluyendo algunas secuencias de antología. Cabe como ejemplo aquella en la que –diccionario en mano- el superior de Cristi remite a términos del ámbito filosófico y jurídico para aleccionarlo. La extensa secuencia condensa el valor oficialista-dogmático que traza el destino de la sociedad rumana, aún apegada a normas y valores propios del régimen fenecido. La clave de la construcción dramática está en la oprobiosa cotidianeidad del diálogo, en la gestualidad minimalista con la que cada rol queda definido, y –finalmente- en la aceptación de los preceptos normativos de nuestro anti-héroe, al que le robaron hasta la perplejidad.