“Pompeya” es la segunda película de Tamae Garateguy, aunque podría considerarse su ópera prima ya que su primera realización, “Upa! Una película argentina”, fue una co-dirección con Santiago Giralt y Camila Toker que, por otra parte, ganó el premio a mejor película en la selección oficial argentina del Bafici 2007.
En “Pompeya” se narra como Juan Garófalo (Joel Drut), guionista freelance -como se define él-, es contratado por el director Samuel Goldszer (Miguel Forza de Paul) para escribir su próxima película sobre gangsters en la Buenos Aires de hoy, más precisamente en el barrio de Pompeya que, tras varias juntadas, ese barrio se va tornando un tanto imaginario. En esta Pompeya onírica aunque bastante similar a la real surge Dylan (José Luciano González), un protagonista marginal con mucha calle y que lleva bien el rol de héroe en la película. También está Timmy (Federico Lanfranchi), su hermano sordomudo y trastornado que es el punto débil de Dylan; y su amigo Shadow (Hernán Bustos), un mujeriego bastante básico que sale con Gibson (Fran Capra) una chilena inmersa en ese mundo, pero que se mantiene al margen. Por último aparece Lana (Lorena Damonte), la femme fatale que inicia el triángulo amoroso con los hermanos. En esta Pompeya hay una guerra silenciosa entre la mafia rusa y coreana; Dylan queda en el medio y tratará de sobrevivir, siempre a merced de las decisiones de Juan, el guionista que lo creó y que vive fuertemente esta historia.
Advertencia: Los siguientes son breves apuntes del nerd que llevo dentro, sí quiere evitar mi ñoñez innata puede pasar directamente a la conclusión.
Cine dentro del cine
Esta segunda obra tiene dos puntos en común con “Upa! Una película argentina”: El guión en el cual se repite la fórmula de lo que suele llamarse “cine dentro del cine” y cierto aspecto de la estética que desarrollaré más adelante, pero primero quiero centrarme en la parte argumental.
Para ampliar brevemente este concepto de “cine dentro del cine”, aunque es bastante obvio, se refiere a toda aquella película ficcional cuya trama es la realización de una película, tal es el caso de “Fellini 8 y1/2” o la última ganadora del Oscar “El Artista”. En “Pompeya” esta línea está más delineada que en las peliculas con las que ejemplifiqué, por ende vamos a ver dos historias paralelas bien marcadas, por un lado la realización y el progreso del guión que escribe Juan junto a Samuel y un personaje satélite a esta dupla que se llama Daniel (Cristian Drut), y por otro lado la historia que se guiona sobre esta Pompeya imaginaria de Dylan. Lo destacable, en este sentido, es que sí bien ambas circulan en paralelo la directora cuenta con cierta facilidad para moverse sin problemas entre ambas ficciones, incluso la historia de Juan sobre la realización del guión está muy bien llevada porque resulta tan interesante como la de Dylan en Pompeya. Esto se debe a que se generan charlas y debates muy interesantes para cualquier interesado en el cine, como por ejemplo, en una parte surge el interrogante sobre “el olor a sexo” y cómo representarlo ante las limitaciones de un arte que sólo es audiovisual.
Neocompadrito
Ante todo, para los que ignoran el ambiente tanguero de antaño o no leyeron algún cuento de Jorge Luis Borges en que se hable de la figura del compadrito como “Hombre de la esquina rosada” o “El Muerto”, voy a dar una definición escueta para que se sepa a qué me refiero. Partamos de la palabra “Compadrito”, que es un diminutivo despectivo que utilizaban los bacanes ya que a los de su misma clase se los trataban de “compadre”, pero a aquellos que pertenecían a un nivel social más bajo, provenían de los suburbios de la ciudad, se vestían tratando de imitar a los “compadres” y nunca alcanzaban su nivel y respeto en la sociedad, los nombraban “compadritos” para evidenciar el rechazo. Sin embargo ambos bandos tenían dos cosas en común: el tango y el cuchillo. Ésta arma blanca es fundamental para defender el honor seas “compadre” o “compadrito”, los dos se podían trenzar en una pelea que terminaba con la muerte de uno de los dos cuchilleros con tal de sostener con la frente en alto sus principios.
En las conversaciones entre Juan, Samuel y David, se menciona un par de veces a Borges en referencia a Dylan, Timmy y Shadow, porque se los relaciona con unos compadritos borgeanos. Es por eso que hago alusión a un “neocompadito”, porque aquel que describía Borges ha mutado. Si bien este nuevo compadrito sigue viviendo en los suburbios de la ciudad, y su arma sigue siendo el cuchillo, ya no pelea y mata por el honor sino por la plata; ya no intenta imitar a aquel de un nivel social superior, sino que tiene su propia vestimenta, sólo busca relacionarse con gente de su status y sus principios son sumamente endebles.
A pesar de tener estos tres compadritos postmodernos que son personajes sumamente ricos, en la película hay una transformación rápida dejando de lado este estereotipo, pero no puedo desarrollarla porque sino les echo a perder parte de la misma.
Estética
Este es el segundo punto en común que tiene “Pompeya” con “Upa! Una película argentina”. Una cámara en mano continua, zoom bien realizados y un montaje que, como decía antes, denota la facilidad con que la directora se mueve entre ambas ficciones. Por momentos tenemos contraluces muy logrados, violentos, y hasta el ambiente de la mafia rusa tiene cierta particularidad cuasi teatral donde por ahí más se remarca aquella Pompeya imaginaria. Digo esto porque el lugar donde se concentran los rusos tiene cierto aire tarantinesco, más específicamente como en la película “Kill Bill” cuando pelea Beatrix Kiddo con los Crazy 88 en ese contraluz azul, pero en este caso tenemos todo tirado al rojo.
El resto de los lugares son de la Pompeya real, la que conocemos con el Puente Alsina, la avenida Saenz, los camiones que circulan continuamente, la zona fabril que es desde donde opera la mafia coreana y la villa de donde proviene Dylan, es decir que lo que vemos es un barrio más neorrealista. Pero no podríamos terminar de adjetivizarlo así porque los personajes son los que construyen esta Pompeya onírica, que terminan alejándonos de aquel neorrealismo italiano que nos contaba las penurias de la posguerra en tono documental, aquí las creaciones de Juan son personajes clásicos que provienen del género y no hay ninguna pretensión de “mostrar una realidad”.
Conclusión
Pompeya demuestra como a pesar de los bajos presupuestos que maneja nuestro cine, se puede realizar una película con escenas violentas bastante logradas, buenas actuaciones y sobre todo entretenida. Con un guión que utiliza fórmulas ya vistas, pero consistente en todo su espectro, con altibajos que oscilan entre la sorpresa y la obviedad.