Película de género que maneja con agudeza escenas de gran violencia
"El cine es fantasía, es ilusión", dice uno de los personajes centrales de este film que transcurre entre dos planos de realidad que justifica la afirmación. Claro que la fantasía y la ilusión creadas por la directora y guionista Tamae Garateguy son más bien oscuras, intensas, sangrientas. Una mirada sobre el cine de género tan cruda como interesante que no suele aparecer en el cine nacional.
Todo comienza con una reunión de trabajo entre un director de cine, un guionista y su asistente. El plan es armar una historia de acción, de una banda de delincuentes liderados por un tal Dylan. De hecho, por capricho de los impostados cineastas, todos los personajes tendrán nombres en inglés a pesar de que sus violentas aventuras transcurran en Pompeya. Así, el film empieza a desarrollarse en esos dos planos, un ejercicio de cine dentro del cine que funciona mucho mejor cuando la acción se traslada a las calles, cuando la cámara sigue a Dylan (José Luciano González), su hermano Timmy (Federico Lanfranchi) y su amigo Shadow (Hernán Bustos). Aun pensados como estereotipos y dotados de artificiosas características para darles cierta profundidad a sus viñetas de violencia a puñetazo limpio y cuchillada sangrienta, los tres consiguen generar bastante más interés que el equipo de cineastas que los está "imaginando". Especialmente cuando dejen de ser delincuentes freelance para involucrarse con la mafia rusa que pelea con la coreana por adueñarse de las calles de Pompeya. Es en ese momento cuando los cadáveres empiezan a acumularse y las imágenes se vuelven cada vez más explícitamente violentas. Un recurso propio del género que la directora y su editora, Catalina Rincón, manejan con notable agudeza e intuición, aunque para algunos espectadores pueda resultar excesivo.
Tal vez para alivianar esos momentos de intensos enfrentamientos o para recordarnos que sólo se trata de una ficción, la película intercala las viñetas de Pompeya con las discusiones y pequeñas miserias de los cineastas. Ellos que entre discusiones sobre las referencias borgeanas que su guión puede tener o no, se dedican a herir egos y acuchillar narcisismos como si se tratara de cuestiones de vida o muerte. Como si estuvieran peleando por un lugar en las calles de Pompeya.