El objetivo del documental de Mariana Lifschitz (directora y guionista) es mostrar como se vive la escuela pública en Argentina, Finlandia y Francia. Para ello cuenta con la participación especial de Carolina Bhague y Agustina Lagomarsino. Madres frente al comienzo de la escolarización de sus hijos en esos tres puntos del planeta. Y a través de ella, mujeres de clase media formadas en al escuela pública, se exponen similotes y diferencias sorprendentes. Se parte de lo íntimo y personal, emociones, experiencias, espontaneidades de los chicos, para luego reflexionar seriamente sobre el sistema educativo en el mundo que nos toca vivir. Interesante trabajo que ilustra sobre diferencias inimaginables, donde los testimonios descubren desde un mundo de creencias y apariencia hasta los detalles de la vida cotidiana.
Desde adentro Mariana Lifschitz abre las puertas de su intimidad para narrar la experiencia de encarar el comienzo de la escolarización de su hijo. Lo interesante radica en que comparte todo el proceso junto a otras dos madres, una en Finlandia y otra en Francia, para ilustrar las dificultades que atraviesa la educación pública. Primer grado en tres países, el segundo documental de Mariana Lifschitz, va de lo particular a lo general. Narrado en primera persona, la realizadora sitúa la acción en septiembre de 2014, momento en el cual comenzó la búsqueda de la escuela para su hijo. Mientras tanto, en Francia y en Finlandia, Leo y Julia inician primer grado. A través de Skype, Mariana, junto a las otras dos madres, una de ellas argentina y la otra francesa que vivió en nuestro país y regresó a Francia, pondrán en común sus primeras sensaciones. Diferentes factores serán objeto de comparación en el registro de Lifschitz, desde la disposición de los chicos en el aula, pasando por el trato de los docentes, hasta los métodos de evaluación. Primer grado en tres países podría verse como una continuación necesaria de La inocencia, de Eduardo de la Serna, en donde se documentaban los primeros pasos en la escuela de una niña en la provincia de San Juan y de otra en la ciudad de Buenos Aires. Si bien allí el contraste se daba en otros aspectos como el económico, la educación adquiría un rol fundamental. Aquí el foco se pone exclusivamente en los métodos de aprendizaje, las costumbres y las idiosincrasias propias de cada sociedad sobre un sistema educativo que indudablemente requiere una revisión. La visión de la directora permite explorar un proceso en el que se deja entrever una problemática que no conoce de fronteras.
La educación, o el juego de las diferencias La educación pública está en el centro del debate social y mediático, como casi siempre en vísperas del inicio de un nuevo ciclo lectivo. La paritaria docente es la punta del iceberg de un debate mucho más complejo, centrado en cómo debería ser una metodología de enseñanza que en los últimos años ha subido por escalera en el contexto de un mundo que lo hizo por ascensor. Dirigido por Mariana Lifschitz, el documental Primer grado en tres países propone sumar algunos elementos a esta discusión a través de las experiencias de tres madres cuyos hijos inician la educación primaria en tres países distintos. Una de ellas es la propia Lifschitz, a quien la vida le puso adelante las bases para su primer largometraje como realizadora cuando, buscando un jardín para su hijo, pensó qué había ocurrido para que muchos padres educados bajo el paraguas público aspiraran a mandar a sus chicos a escuelas privadas. Casi al mismo tiempo, su amiga y colega Caroline Behague se mudó a Francia para que su hijo Leo empezara la escuela allá, y Agustina Lagomarsino hizo lo mismo pero con la gélida Finlandia como destino. Clásico documental de cabezas parlantes y puesta en escena televisiva, Primer grado…. no aporta números pero sí corazón, sentimientos y humanidad. Poco importan aquí los presupuestos o la viabilidad del sistema educativo. El núcleo está en las experiencias compartidas –primero vía Skype, después cara a cara– de esas tres madres durante los primeros meses de sus hijos sentados en un pupitre. Experiencias atravesadas por los mismos temores y dudas aun cuando los tres sistemas educativos estén en las antípodas, igual que los mecanismos sociales y culturales que los generan. Así, Agustina se manifiesta sorprendida cuando descubre que es la única madre que va a buscar a su hijo a la puerta de la escuela (el resto se vuelve solo) o que es indispensable que el pequeño sepa vestirse sin ayuda de un adulto. Desde Francia, a su vez, la sorpresa proviene del espacio para la creación y el desarrollo de la faceta artística de los chicos. A Lifschitz, por su parte, le interesa tanto su experiencia personal como indagar en las implicancias del guardapolvo blanco en la Argentina. Para eso entrevista a padres y maestros de colegios ubicados en diversos puntos de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, evidenciando una vez más las diferencias según el poder adquisitivo de cada zona. En los testimonios hay un predominio de voces de clase media que señalan a la educación pública como la mejor forma para que los hijos amplíen sus miradas conociendo realidades por fuera de su entorno más cercano. No le hubiera venido mal al film ampliar ese espectro sumando alguna voz que rompa con ese discurso dominante. Porque si bien es cierto que “elegir es un verbo de estos tiempos”, tal como dice la voz en off de la realizadora, para muchos lo público no es el resultado de una elección sino el de una lisa y llana necesidad.
Este documental analiza, como lo menciona su título, la realidad de tres madres y sus respectivos hijos dentro de los sistemas educativos predominantes en cada uno de los países que se reflejan. El mayor logro de la propuesta radica en aquellos instantes en los que se refleja la cotidianeidad de los niños y sus madres, con las emociones de comenzar etapas y los juegos previos a la hora de prepararse para salir a la calle. Por lo demás resulta muy específica para que espectadores incautos se acerquen a verla.
Todo padre desea que la escuela tenga un ámbito propicio para el aprendizaje de su hijo. No solo les importa que adquieran conocimientos, sino también valores. El documental pone bajo la lupa la experiencia de tres madres que, en diferentes países, envían a sus hijos al primer grado de la educación primaria. El trío está compuesto por la directora, Mariana Lifschitz, quien vive en Argentina, Agustina Lagomarsino y Caroline Behague, quienes viven en Finlandia y Francia, respectivamente. Entre ellas se van desarrollando interrogantes sobre la interacción que tienen con sus hijos, la enseñanza que se les da a ellos en las instituciones educativas y cómo éstas desarrollan sus actividades diarias. Aparte, la realizadora recorre escuelas públicas y privadas, en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, preguntándoles a los padres sobre las decisiones que toman a la hora de elegir un colegio, y a docentes y directivos sobre la realidad que atraviesan las instituciones. El eje principal que da sentido a “Primer grado en tres países” son las charlas que mantienen las tres madres, primero mediante Skype y, posteriormente, cara a cara. Lo interesante de estas conversaciones, sostenidas a lo largo de la película, son las dudas que tienen sobre el sistema educativo del país en el que residen. Muchas veces, cuando dan afirmaciones sin seguridad o dicen no saber de lo que hablan, se puede advertir que tienden a incurrir en la famosa opinología que pulula por la televisión argentina. Sin embargo, esa incertidumbre nos adentra en la experiencia que busca Lifschitz, no la de averiguar respuestas cuantitativas, datos duros, sobre la educación, sino la de encontrar una resolución sobre cómo encauzar el futuro de sus hijos con más seguridad que con miedos. Uno de los puntos fuertes del documental es el amplio contraste de la cotidianeidad de los chicos en la escuela y su vida social: Después de que Lagomarsino explica que en los colegios finlandeses se les pide a los padres que enseñen a sus hijos a vestirse, ya que tardarían mucho a la hora de salir, la siguiente secuencia nos muestra cómo Lifschitz trata de levantar y vestir a su hijo que está completamente dormido. Sin querer confrontar las diferentes realidades, estos pasajes refuerzan la intención de la directora para mostrar cómo la educación afecta, directa o indirectamente, la vida familiar. Otro punto álgido a destacar es lo opuestas que son a nivel institucional las escuelas privadas y públicas en la Argentina: Mientras que en la entrevista a un cuerpo de directivos y docentes de un colegio pago de Colegiales se hace una venta descarada de lo que ofrece, dando a entender su exclusividad, una directora de una escuela estatal de Barracas señala que ésta está abierta, y brinda oportunidades, para todos. En “Primer grado en tres países” no vamos a encontrar respuestas salomónicas sobre cómo mejorar el sistema educativo, pero sí la calidez humana que proviene de la familia y la escuela.
Siempre se dijo que comenzar el primer grado de la escuela primaria era un paso difícil que tenían que dar los chicos para entrar en el mundo de las responsabilidades, y que no todos se adaptaban del mismo modo. Pero en este documental dirigido por Mariana Lifschitz, los momentos más difíciles lo transitan las madres y no los alumnos, porque las dudas y miedos de escolarizar a sus hijos lo sobrellevan ellas, no por temor a que les sea complejo y duro el cambio abrupto que deben enfrentar los chicos, sino el hecho de buscar un buen establecimiento educativo, añorando la escuela pública a la que fueron ellas en su época y discuten lo que es actualmente. Con ese motivo a la realizadora se le ocurrió plantear este dilema existencial de una forma poco convencional. Filmar una película junto a dos amigas que pasan por la misma situación, con la particularidad de que una vive en una provincia francesa y la otra en la capital de Finlandia. La realización abarca varios meses, contándose sus vivencias a través de Skype. Las reflexiones y sensaciones que analizan las tres madres durante las charlas actúan como una suerte de terapia de grupo a la distancia. A su modo, se apoyan y consuelan mutuamente. Los maridos prácticamente no participan, por ende el peso del relato lo sostienen ellas. Cuestionan principalmente la calidad educativa. Comparan el contenido y la forma de enseñanza en los tres países. También entrevistan a maestros y directores para tener otro punto de vista, y establecer donde se encuentran similitudes y diferencias en el método de enseñanza. La película tiene un tratamiento tradicional. Logra momentos de calidez y leve emoción para intentar dilucidar una realidad opuesta a la que vivieron sus padres, cuando ellas empezaron la primaria, porque la escuela pública era muy buena y no había diferencias de calidad. Ahora es necesario elegir y tener suerte con el colegio seleccionado, antes se iba al lugar más cercano a la casa y generalmente, no había problemas. Las amigas se contienen y apuestan a que las decisiones que tomaron sean las correctas. Hacen catarsis sin juntarse a compartir un mate o un té, sino que se adaptaron a los tiempos modernos, y se ven, vía internet.