El extraño mundo de Polaco
“Un desafío a la incomprensión y el silencio” dice la gacetilla de prensa al referirse a la obra de Jorge Polaco, y cuánta razón tiene. A la hora de realizar una crítica uno busca elementos o datos desde donde abordar la película. Algo imposible si la película es Principe azul (2013). El universo que presenta en pantalla el director es único –en todo sentido- y no tiene ningún anclaje “visible” con la realidad.
Es cierto que es fácil escribir estas palabras, pues nos exime de cualquier interpretación equívoca. Ahora tratemos al menos de buscar los elementos que Principe azul tiene en común con el resto de la filmografía de Polaco. La historia –basada en la obra de teatro homónima de Eugenio Griffero, estrenada en los años ´80 en el Teatro Abierto- nos trae a dos ancianos homosexuales (Ariel Bonomi y Harry Havilio) que se reencuentran luego de sesenta años con el fin de restablecer una relación amorosa que quedó trunca en su juventud.
Para graficar este relato audiovisualmente Polaco recurre a una escenografía teatral donde prima el artificio. Maniquís, cruces, hojas secas y humo (mucho humo), nos envuelven en el universo siempre decadente y grotesco del director de Kindergarten (1989). La puesta es propia de una obra de teatro del under (y tal vez debería haber permanecido en ese formato), críptica, densa y experimental.
Es difícil definir el tono que emplea. No se trata de surrealismo aunque todo tenga un aire de ensoñación. Entre lo bizarro y la decadencia de lo cotidiano quizás se pueda encasillar mejor a este film. Lo cierto es que resulta corrosivo, molesto e irritante al unísono. Una serie inconexa de elementos carentes de sentido visible, que se unen de manera agresiva bajo dos o tres puestas en escena desconcertantes.
Hay coherencia dentro de la incoherencia. Si uno ve los films del director entiende que puede determinarse algo seguro: en toda la obra de Polaco priman los mismos elementos, los mismos tonos, los mismos temas. Ahora que eso sea funcional a algo denominado películas ya es otra cosa.