"Prueba de amor" que no convence
Tras haber hecho un solo corto, Shana Feste convenció a Susan Sarandon para protagonizar su opera prima, y a Pierce Brosnan para ser protagonista y productor ejecutivo. Lo que no convence del todo es el resultado.
Drama de final feliz donde una familia debe sobrellevar el duelo por la muerte del hijo mayor, e incorporar a la novia que quedó embarazada, «The Greatest», el mayor, tiene muy buen comienzo. Primero, una parte romántica de dos adolescentes, se nota que es la primera vez para ambos, y que se sienten en el aire. Tan en el aire, que al regreso el pavote detiene el auto en medio de la carretera para decir una cosa hermosa y lo aplasta una camioneta. Así, de pronto, en un solo plano, como pasan a veces las cosas. Luego, la escena del entierro, y el largo, silencioso plano del padre, la madre y el hermano menor volviendo a casa, los tres juntos pero sin hablarse, sin abrazarse, cada uno sumido en su propio dolor. Ahí va el título. Pero ahí empieza otra película.
Esa otra nace con la aparición de la noviecita, que está de tres meses y no tiene dónde quedarse. El futuro abuelo la acepta y la cuida, quizá demasiado, el futuro tío la acepta y cuida su propio rollo, la suegra no quiere saber nada. Lo que ella piensa de la chica es muy duro, y lo dice. Y también dice algunas incoherencias, se obsesiona por saber en detalle cómo fueron los últimos minutos de su hijo, si éste la nombró, si acaso murió con su nombre en los labios. El de la camioneta está en coma. Allá está ella, atenta a preguntarle apenas se despierte. Se entiende por qué Sarandon aceptó ese papel (además el rodaje fue en Rockland, bonito condado cerca de su casa, y duró apenas un mes). Lo que no se entiende es cómo la historia se fue llenando de situaciones incoherentes, inverosímiles o medio tontas, de esas de repertorio que tienen algunas películas norteamericanas pretendidamente serias. Ahí parece que ésta dura como seis meses, hasta que, previsible y felizmente, todo se arregla.
En resumen, daba para más. Pero al menos permite ver algunos buenos trabajos, pensar algo, anotar el nombre de Michael Shannon, el comatoso que despierta malhumorado, y recordar otra película del mismo origen, en la que ésta parece inspirarse un poco: «Gente como uno», de Robert Redford. Claro que cuando él asumió la dirección, ya tenía una larga experiencia en los sets, y acudió a señores guionistas. Esa sí, aun siendo medio tramposa, era una obra convincente.