Una remake esquemática y forzada
En 1991 la talentosa Kathryn Bigelow dirigió Punto límite, con Patrick Swayze y Keanu Reeves. Ese thriller sobre un agente del FBI que se infiltra en una banda de ladrones de bancos adictos al surf se convirtió con el tiempo en una película de culto para más de una generación de cinéfilos. Quince años más tarde llega la remake y el resultado es casi el opuesto: todo lo que en el film original funcionaba aquí resulta esquemático, inverosímil, forzado.
Tras un trágico prólogo, Johnny Utah (Luke Bracey) se une al FBI y la primera misión de prueba es investigar a un grupo de activistas anarco-ecologistas y amantes de los deportes extremos liderado por Bodhi (el galán venezolano Edgar Ramírez). No importa muy bien cómo ni por qué, pero lo concreto es que Utah acompañará al clan en expediciones por mar, aire y tierra, surfeando, escalando a o saltando desde alturas insólitas en locaciones de Francia, Italia, Austria, Suiza, Venezuela, Canadá y Estados Unidos. De justificaciones dramáticas o psicología de los personajes, poco y nada.
Reconocido director de fotografía y realizador de Invencible, Ericson Core ofrece unas cuantas imágenes impactantes con la ayuda de múltiples efectos visuales (el uso del 3D esta vez está más que justificado), pero el resultado es una suerte de Rápidos y furiosos de segunda categoría (no casualmente Core iluminó la primera entrega de la saga). La misma adrenalina, el mismo vértigo, pero mucha menos diversión. Así, Punto de quiebre resulta más digna de la pantalla de una señal deportiva como ESPN que de una de cine.