Cómo arruinar un clásico
Algunas remake no suelen “interpretar” los puntos fuertes de la película original. No es el caso: es clara la intención de la remake de Punto límite (Point Break, 1991) de no “querer” interpretarlos. Todas las decisiones que toma la versión 2015 son en desmedro del espíritu rebelde y crítico para con el sistema que manejaba el film de Kathryn Bigelow. Una desgracia.
El primer punto y fundamental es que Punto límite es una película con alma, con espíritu y mística, con lo difícil que es lograr trasmitirlo en pantalla. La película con Patrick Swayze y Keanu Reeves lo hacía con eficacia y sin la necesidad de presupuestos millonarios como maneja la versión actual. Pero para no quedar en la síntesis facilista de “todo tiempo pasado fue mejor” vayamos directo al grano.
Punto de quiebre (Point Break, 2015) es una película careta. Toma superficialmente el espíritu libre que maneja Bodhi (el venezolano Édgar Ramírez en la actual, Patrick Swayze en la original), el líder de la banda que roba bancos y hace hazañas de alto riesgo en pos de transgredir normas. Si en la primera se trata de vivir en anarquía, demostrando las falencias del sistema robando bancos con máscaras de ex presidentes de Estados Unidos, en esta película son chicos que practican deportes extremos financiados por un magnate árabe. Asisten a fiestas electrónicas en cruceros en vez de hacer fogones en la playa y filosofar sobre el sentido de la vida.
Se cambian playas por montañas y el contexto americano por otro internacional. Cada hazaña de alto riesgo se realiza en un continente diferente, corriendo la crítica interna a los Estados Unidos para hablar de la posición de los americanos en el resto del mundo. Y la metáfora discursiva termina de la peor manera, en Venezuela, donde “Estados Unidos no puede actuar por no tener relaciones diplomáticas” dice el personaje de Ray Winstone, pero termina yendo igual al país bolivariano. Innecesario y triste para la película, con Édgar Ramírez hablando por primera vez español y declarado en ese acto “el malo” del film.
Se invierten los roles: en la original el rubio Patrick Swayze era el bandido y el morocho Keanu Reeves el policía infiltrado que intenta detenerlo. Aquí el blondo Luke Bracey será el policía (Utah) y Édgar Ramírez el villano (Bodhi), asociando color de cabello a la clásica idea del bien y el mal. La chica: en la original era la mujer libre de Bodhi que coqueteaba con Keanu Reeves, el policía infiltrado en el grupo. En Punto de quiebre pasa tan desapercibida que podría no haber estado y hubiera sido lo mismo.
El fuera de la ley: en la original el espíritu anarquista iba en sintonía con la época, eran los principios de los noventa y el aire fatalista encontraba un sin sentido en los personajes adolescentes que experimentaban nuevas sensaciones decepcionados por un sistema social que los expulsaba. El rol del policía descontracturado de Keanu Reeves cumplía esa función, motivo por el cuál encontraba admiración en la banda de ladrones de bancos surfistas. No sucede eso aquí, con Utah como un policía que aspira a ser reconocido por su superior respetando y acatando todas las normas. La estructura no sólo no se cuestiona sino que se reafirma, como si la nueva versión dirigida por Ericson Core intentara corregir los desacatos de la original. Una pena.
Pero lo peor de todo es la narración que se pierde entre tanta acción espectacularizada en 3D (que no es lo mismo que espectacular). El director Ericson Core es genial filmando las escenas de deportes extremos como si se tratase de un programa de ESPN, pero carece de construcción dramática y desarrollo de vínculos entre personajes que le den sentido a la trama, lo cuál convierte al film en entretenido pero completamente olvidable. En fin, una remake residual.