Gags de acción y degradación narrativa
Las respuestas pueden ser varias: falta de ideas originales, explotación de un clásico bajo la lógica de las franquicias, comodidad o, más sencilla y directamente, el dinero. Para todas ellas la pregunta es una sola: ¿por qué? Y se refiere a Punto de quiebre, remake de la película Punto límite (1991), que le valiera un lugar en el firmamento de los directores a tener en cuenta a la hasta entonces simplemente prometedora Kathryn Bigelow. La pregunta está justificada, porque a ese clásico de culto en que se convirtió el film de la directora que acabaría por ganarse un Oscar por Vivir al límite (The Hurt Locker, 2008) no le sobraba ni faltaba nada. En cambio, a esta nueva versión, dirigida por el ignoto Ericson Core, cuyos principales antecedentes se ubican dentro del área de la dirección de fotografía, es difícil encontrarle un motivo para el elogio.Como en la original, en la nueva Point Break (ambas comparten el nombre original, a pesar de tener títulos distintos para sus estrenos en América latina), un joven agente del FBI con un pasado como deportista extremo se infiltra en una banda de ladrones que provienen de ese mismo ambiente deportivo. Pero mientras que el film de Bigelow era narrado con un impecable pulso clásico que no desdeñaba para nada las posibilidades técnicas de la modernidad, esta nueva versión parece construida como montaje de diversas estéticas publicitarias, lo cual desde todos los ángulos posibles representa una degradación en el orden de lo narrativo. Así, Punto de quiebre es una especie de objeto frankensteiniano que por momentos se parece demasiado a una de esas propagandas de cerveza en donde todo pretende ser “cool”, pero en realidad es puro esnobismo ultra “careta”, y por otros a las publicidades de alto impacto de las camaritas deportivas Go Pro, que intentan vender el vértigo filmado con grandes angulares.Asimismo, la película cae en involuntarios momentos cómicos. Como aquel en que la chica del grupo le cuenta al protagonista, en una escena de pegajoso clima íntimo, que sus padres murieron en una avalancha y que desde entonces ella estuvo al cuidado de una especie de gurú zen de los deportes extremos. Escena que, sin proponérselo, recuerda a aquella increíble secuencia de Zoolander (2001), en la que los personajes de Ben Stiller y Owen Wilson le preguntan a Matilda, la periodista interpretada por Cristine Taylor, si ser bulímica significa que tiene el don de leer las mentes. O esa otra sobre el final en la que, sin necesidad, se recuerda el conflicto político que Estados Unidos mantiene actualmente con Venezuela. Aunque Punto de quiebre ofrece varios momentos adrenalínicos legítimos, lo cierto es que nunca consigue ser algo más que una serie de gags de acción anudados con torpeza al esqueleto de lo que alguna vez fue una buena película.