Germán (Gerardo Otero) es un escritor que anda por la vida soportando una realidad que siente absurda, la cual destroza sus propias previsiones y en donde nada tiene razón de ser. Por ende cualquier cosa puede ocurrir. Sus días, se mezclan entre el alcohol y las drogas, como un refugio ante la insoportable existencia que le supone cargar con una infancia tenebrosa, un pasado cercano en donde se vio inmerso en la militancia política y un presente en el que claramente no encaja.
Sólo bastan tres días en la vida de Germán Baraja para dar cuenta de una época que funciona como testimonio de la generación que creció y se (des)formó en los 90. La voz del protagonista encarna la violencia y el pensamiento contenido de una sociedad en crisis que nunca se detiene. Basada en la novela homónima de Gonzalo Unamuno, el realizador Juan Baldana (Los del suelo, Sintientes, Desequilibrados) transpone en imágenes y sonidos un libro que condensa en primera persona la falta de proyección y autodestrucción de alguien que va desvinculando de todo y de todos. Germán Baraja (Otero) es un porteño treintañero y antisocial, que escribe artículos para una revista francesa. Está recientemente separado de su novia Clara (Natalia Dalena) cayó en la adicción y está desilusionado de la política en la que militaba. Su vida transcurre dentro de un departamento tan descuidado como su imagen, allí maquina todo el tiempo contra el sistema y contra sí mismo. En su transcurrir, lo visita un particular vecino (Luis Ziembrowky); un amigo que le pide un favor (Claudio Tolcachir) y su hermana (María Canale), que lo ayuda con lo que escribe e insiste para que visite a su madre con quien no se relaciona hace años. Inmerso en una vorágine enfermiza, Germán insiste en recuperar el amor de Clara, pero por más que quiera ser diferente, su nihilismo lo lleva a volverse crítico de la existencia. Respetando la estructura del libro, la película se divide en tres secuencias comenzando por el domingo hasta llegar al viernes. Esa regresión temporal, no sólo condensa la falta de posibilidades futuras del personaje, sino que se vuelve la síntesis de alguien que vemos deconstruirse en todos los aspectos posibles. La cámara de Baldana, como buen observador, sigue de cerca a su personaje sin una mirada empática con lo que representa, apuesta al ritmo que se desprende de la novela; como al uso de la voz en off que le revela al espectador los pensamientos y la sagacidad con el protagonista mira la realidad bajo un espíritu cínico, filoso y descarnado, pero no exento, muchas veces, de verdad y humor ácido. Fruto de la una realidad socio política en decadencia, Que todo se detenga logra reflejar el resultado de un periodo de nuestra historia con solidez y un buen elenco que acompaña el destacado trabajo de Otero. Al peso de esa voz propia que encarna la densidad del personaje “que piensa y piensa mucho”, como él mismo sostiene, la puesta en escena funciona con la ductilidad que requiere la intensidad frívola y desatada de alguien que, con todas las posibilidades, eligió vivir a su manera. QUE TODO SE DETENGA Que todo se detenga. Argentina, 2021. Dirección y guion: Juan Baldana basada en la novela “Que todo se detenga” de Gonzalo Unamuno. Intérpretes: Gerardo Otero, Luis Ziembrowski; Claudio Tolcachir; Natalia Dalena; Alan Sabbagh; Maria Canale; Martina Garello; Lucas Martínez. Dirección de Fotografía y cámara: Fernando Lorenzale. ADF/ Montaje: Pablo Di Bitonto. Dirección de Sonido: Pablo Irrazabal. Música Original: Sergio Vainikoff.
Un deseo imposible fruto de la decepción y la desesperación. Detener un mundo que no ofrece alternativas, donde el éxito no seduce y el descenso a los infiernos resulta inevitable. Ese estado emocional se ocupa la película de Juan Baldana, basada en la novela de Gonzalo Unamuno. Un hombre de 40 años que no encuentra donde aferrar alguna esperanza. Un escritor frustrado que apenas se mantiene escribiendo en una revista, que ni en su vocación ni en la realidad social y política encuentro algo que le interese, que logre anidar alguna creencia. Lo suyo es un descenso al infierno con vecinos atemorizantes, amigos de ocasión, los secretos familiares que se visibilizan cuando ronda la muerte de su madre, la inasible recomposición de un amor que terminó mal, la tentación de la adicción a las drogas. El personaje de German Beraja es un hombre que destila veneno, que ya no puede asirse a nada, poseedor de una conciencia hiriente y fatal del mundo, que se expresa feroz. Gerardo Otero y el director aciertan con la composición de ese personaje desagradable, en carne viva. Un elenco que se nutre de Luis Ziembrwski, Claudio Tolcachir, Alan Sabbagh, entre otros.
"Que todo se detenga": una película sobre la locura a la que le falta locura. En la primera escena de Que todo se detenga se ve a Germán en el living revuelto de su departamento aspirando una línea de cocaína, sustancia que alguna vez, en otra vida, se prometió no volver a consumir. Luego de uno de los tantos flashbacks que retrotraen la acción hacia distintas circunstancias que lo llevaron a la decadencia espiritual actual, el muchacho aparece sentado en el inodoro con la puerta del baño abierta… y sin papel higiénico para limpiarse. El director y guionista Juan Baldana necesita apenas dos escenas para ilustrar el estado de caos que impera la rutina de su desnorteado protagonista, un escritor que supo embocarla con un libro y ahora, a sus cuarenta años, se gana el mango haciendo notas para una revista de la embajada francesa mientras espera algo que ni él parece saber muy bien qué es. Más allá de la quietud física y el estatismo inherente a su trabajo, su cabeza no para, como si allí habitará un sinfín de pensamientos embrionarios que difícilmente adquieran el carácter de idea. Igual de astillada y fragmentada que el mundo interior de Germán es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Gonzalo Unamuno a cargo del responsable de Arrieros (2011), Los del suelo (2015), Sintientes (2020) y Desequilibrados (2021). Una adaptación que nunca logra despojarse de ese origen literario, como demuestra una voz en off omnipresente que permite enunciar en voz alta aquellos pensamientos sin rumbo a la vez que contextualizar las situaciones que se ven en pantalla y los personajes con los que se cruza durante su derrotero físico y emocional. Uno de ellos es el vecino (Luis Ziembrowski, notablemente desagradable y revulsivo) al que va a pedirle papel higiénico y termina instalado en el living de Germán (Gerardo Otero) con un whisky y pidiéndole, casi al borde la súplica, que por favor le deje practicarle sexo oral. Por ahí anda también su hermana (María Canale), con quien debe resolver cuestiones vinculadas con su madre internada al borde de la muerte, y un ex vecino (Alan Sabbagh) dedicado a la política, con el que cena menos por interés en su interlocutor que por no comer solo. Otro es un viejo conocido (Claudio Tocalchir) al que Germán, como a casi todos, detesta, quien le deja a cargo su celular para que le saque alguna foto a Charly García cuando visite el boliche en el que se encuentran. Germán nunca supo si el músico fue por la sencilla razón de que se esfumó para una noche de sexo casual con la hija de un acaudalado empresario hotelero. Que la escena de sexo esté filmada como en los ’80 (cámara lenta, estilización visual, actores con cara de goce supremo) ilustra el choque entre las presiones generadas por los mandatos del mundo moderno (la problematización de la idea de paternidad, motivo de separación de su novia; la sobre exigencia y precarización laboral, la soledad urbana) y su traspaso al lenguaje audiovisual deudor mayormente de formas extemporáneas, tensionando así una película sobre la locura a la que, paradójicamente, le falta locura.
EL ESCÉPTICO Baraja va y viene. Se snifa cada dos por tres, lee, escribe, es escritor, su madre se está muriendo, intenta retornar con su pareja, se encontrará con un amigo, trabaja en una revista como free lance, un turbio vecino le propone un toco y me voy (y todo lo que se pueda imaginar) sexual y sin contemplaciones, su casa está iluminada tenuemente, se encontrará con la hermana que le informa de la enfermedad de la madre de ambos, saldrá a andar con el auto, cenará o algo parecido con un ex compañero de militancia al que encuentra paseando a su perro en una plaza. Corte. La extensa frase anterior condice con un estado de ánimo, un cuerpo y una mente que funciona a mil, la de Baraja (Gerardo Otero), cuarentón, sumergido en un montón de depresiones, embebido de escepticismo y desazón, por su trabajo, por los afectos, por la política, por la autoabandonada militancia en el peronismo. Y se snifa una y otra vez. Baraja es un personaje que duerme con los ojos abiertos y es la apuesta del director Juan Baldana (Los del suelo; Soy Huao; Arrieros) sobre la novela de Gonzalo Unamuno. Es el tipo que se mira al espejo y es una sombra, un fantasma de aquello que fue, el que se corrió de todo aquello que le interesaba, el que ahora intenta sin suerte armar un rompecabezas desde una nueva vida… donde aparece el pasado. Ese pasado en Que todo se detenga está mostrado a través de flashbacks, con otro tipo de luz y decoración, con una madre protagonista, un padre pusilánime o algo parecido a eso, un pariente familiar digno de temer. Y ese chico silencioso, Baraja niño, en ese hogar particular. Acá la película se hace bastante obvia, en esos retornos al pasado donde se subraya el presente del Baraja escritor, el del transparente escepticismo, el de la frustración cotidiana, el del actual apoliticismo. El que, por si fuera poco, acaso tengo una paternidad que resolver. Este descenso a los infiernos de un personaje como el de Baraja tiene dos escenas clave que manifiestan los objetivos de la película, y por extensión, de la psiquis descontrolada de su personaje central. Una de ellas refiere al encuentro con su hermana (María Canale, excelente actriz), instante breve pero contundente con Baraja disertando sobre cualquier tema y su hermana ubicándolo en el contexto de la madre de ambos. El otro es más extenso, con Baraja en silencio, sin comer y escuchando a su compañero de militancia (Alan Sabbagh), ahora en pareja con la mujer del escritor. Baraja interrumpe los monólogos del otro para ir al baño y darle otra vez a las fosas nasales. En esas dos escenas se encuentran los polos opuestos pero complementarios de Que todo se detenga. En una, el afecto familiar que se perdió, y en la otra, la declinación del personaje por seguir participando en la política. Dos escenas que suceden en ese presente sin control y no en aquellas que transcurren en el pasado que, por momentos, neutralizan las zonas rescatables que ofrece la película.
En Que Todo Se Detenga vemos una ruptura absoluta de un ser revulsivo (y a veces repulsivo), que en sus reflexiones internas hace una catarsis necesaria para que el barco siga marchando en alguna dirección.
El descenso a los infiernos de Juan Baldana Basada en la novela homónima de Gonzalo Unamuno, el realizador de “Los del suelo” (2015) refleja en su nueva película el descenso a los infiernos de un decadente escritor desencantado con todo aquello que lo rodea. Gerardo Otero interpreta a Germán Barajas, un escritor de cuarenta años, desilusionado del mundo, adicto a las drogas y al alcohol, obsesionado con su ex novia, que se mantiene a duras penas colaborando con una revista francesa mientras se encierra en sí mismo y en las cuatro paredes del departamento que habita. La trama busca reflejar el interior de Barajas a través del encuentro que mantiene con una serie de personajes de su entorno: un vecino, la hermana, el amigo, la ex... Otero se pone en la piel de un perdedor desencantado del mundo que funciona como un espejo de la sociedad actual. El egoísmo, el “yo” y las relaciones superfluas parecen ser los únicos valores que importan. Barajas no es querible, no genera empatía con el espectador y es muy fuerte el rechazo hacía él y su forma de actuar frente a los demás. Un riesgo necesario para que el cuento funcione a pesar de la incomodidad que genera su sola presencia en pantalla. Juan Baldana construye en Que todo se detenga (2022) un relato oscuro, claustrofóbico, donde muestra el lado políticamente incorrecto de un personaje sin límites, anárquico, difícil de llevar, y lo hace metiendo la cámara dentro de su cabeza, mostrando lo que ve y como lo ve desde el punto de vista de un hombre que se encuentra en un estado de desilusión (y desesperación) permanente. Baldana no filma la historia de un hombre sino un estado. Un estado de intranquilidad y tristeza, de desazón e inconformismo. Y ese es su mayor logro.
El famoso consejo de Holden Caulfield de El guardián entre el centeno resuena en el largometraje de Juan Baldana: “No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en el que uno cuenta cualquier cosa, empieza a extrañar a todo el mundo”. En este caso, la misantropía está representada por la figura de Germán Baraja (Gerardo Otero, en un magnético protagónico), un hombre que, ya en sus 40, nos comparte su aceptación del letargo cotidiano. Él mismo lo expresa: “Soy un sobreviviente inútil, agotado”. Antes de sumergirnos en esa larga diatriba, Baldana (quien adaptó la novela de 2015 de Gonzalo Unamuno) entrega flashes que contextualizan qué condujo a Germán a ese estado que parece irrecuperable, uno de “aburrimiento total” con lo que acontece a su alrededor. En esos pantallazos vislumbramos una niñez traumática que en su presente se fusiona con consumo de drogas, noches de sexo intrascendente y diversos actos de repulsiva megalomanía. Una de las secuencias que van por ese camino, vinculada a la salud de su madre, es particularmente poderosa, con una bienvenida intervención de María Canale como la hermana del protagonista. En otros momentos, en cambio, Baldana no logra darle impronta visual al visceral texto de Unamuno e incurre en un exceso de voces en off. De todos modos, a medida que se acerca el final, las piezas se van acomodando (Que todo se detenga fluctúa en diversas líneas de tiempo con el fin de reflejar la confusión y aversión de Baraja ante una sociedad carente de autenticidad) y Baldana condensa con imágenes precisas la revolución de su protagonista. A diferencia del joven Holden, Gerardo no pretende dar ningún consejo pero sí encuentra consuelo en algo: en sus propios pensamientos y en la certeza de que nadie podrá dominarlos. Para él, las ideas son impostergables.
Contada en orden cronológico inverso, todo transcurre en un fin de semana, intercalando recuerdos entre sus encuentros casi casuales. Sus episodios están nombrados como domingo, sábado y viernes, en esos días tendrá encuentros casuales o no, con personajes significativos a su historia y otros que no hacen al relato. Un vecino (Luis Ziembrowski), un ex compañero de militancia ahora devenido en político (Claudio Tolcachir), un ex amigo (Alan Sabbagh) a punto de casarse con Clara la ex novia de Germán. Todos estos encuentros tiene la impronta de viñetas, casi aisladas, sobrevolando de manera permanente la voz superpuesta de los pensamientos del personaje. A veces,
La nueva propuesta de Juan Baldana nos sumerge en la vida de un particular personaje que, sin censuras, ni pensar en nada ni nadie, avanza para conquistar sus deseos. Primera parte de una trilogía que se apoya en el talento de Gerardo Otero como protagonista.
Sentirse perdido a los 40 ¿Cómo puede el ser humano transformarse en un ser complejo y solitario con imposibilidad de amar? Esa es acaso una de las principales preguntas que arroja Que todo se detenga, película cuyo elenco incluye a Gerardo Otero, Luis Ziembrowski, Claudio Tolcachir, Natalia Dalena, Maria Canaley Alan Sabbagh. La producción de Animalia Cine, Habitación 1520 y Rowing, con guion y dirección de Juan Baldana se hace, justamente, esta y más preguntas complejas y extrañas al mismo tiempo. Así, de manera cruda, arranca Que todo se detenga. En una selva en la que todo parece caer sobre nuestras cabezas, el protagonista se siente abrumado, imposibilitado de salir de su pozo. El protagonista reniega de aquello que lo convirtió en quien es; en definitiva, de sus orígenes. Se deja atravesar por su ego, el que forma constitutiva del monólogo inicial, percepción emocional que lo hunde pero a la vez le pide salir. Una cabeza con una paranoia alimentada desde todos los lugares de poder, inclusive desde los que pretenden ponerse en el lugar en el que teóricamente no tienen responsabilidad alguna, mientras manejan secretamente los hilos. De alguna manera QTSD es una película que ayuda, a su modo y tal vez novedosamente, a dar un paso hacia pensar la confusa y animal realidad bestial que se establece a nuestro alrededor, y que nos abarca completamente; realidad que Baraja entiende y describe con justeza crítica.
LA DESILUSIÓN DEL CUARENTÓN Si la apuesta de inicial de Que todo se detenga pareciera ser rupturista y a la vez descriptiva, un retrato íntimo y generacional a la vez, donde lo personal insinúa lo político, su puesta en forma termina siendo demasiado limitada para sus ambiciones. La adaptación de la novela de Gonzalo Unamuno quiere ser un torbellino de furia y sonido, pero su verborragia cansa y hasta convoca al tedio a pesar de que cuenta con algunos elementos interesantes. El film de Juan Baldana se centra en Germán Baraja, un escritor que está tan harto de todo lo que lo rodea como de sí mismo. Tiene un trabajo free lance, escribiendo para una revista francesa, al que desea renunciar, aunque no puede porque es lo que le permite sobrevivir. Reniega de la desilusión que le causó su paso por la militancia política, de su incapacidad para vincularse afectivamente, de su encierro constante, de su adicción a las drogas y el alcohol. Y, para lidiar con esas sensaciones de frustración, no encuentro otro camino que repetir las conductas que lo dejaron en el lugar de anomia en el que está ubicado, en un loop permanente de autodestrucción. En su recorrido, caótico y sin rumbo, el relato lo seguirá en diversos encuentros (con un vecino que le propone tener sexo pago, un antiguo compañero de militancia, una mujer con la que pasa una noche, entre otros) y las remembranzas de su época feliz, cuando estaba con su pareja, con la que intenta volver, obviamente sin éxito. Hay un factor interesante en la historia -sustentado en una referencia explícita al proceso kirchnerista-, que es el hecho de que Baraja puede ser visto como un exponente de un sector de cuarentones que hace un par de décadas estaban ilusionados con un proceso político que eventualmente arribó a un presente de desencanto. Pero a la película le sucede algo parecido a su protagonista: queda entrampado en sus propios modos, sometido a recurrir una y otra vez al pesimismo irrevocable, en una descripción casi nihilista tanto a nivel particular como general. Si Germán ve al mundo que habita como un lugar de mierda y sin esperanza concreta posible, la mirada del film repite ese posicionamiento y redobla la apuesta con su personaje principal. Que todo se detenga ni siquiera se permite empatizar mínimamente con Germán y hasta parece regodearse un poco en sus repetidos fracasos. De ahí que termine dependiendo de sus momentos de furia o asomos de rebeldía -contra sí mismo y sus circunstancias- para no generar distanciamiento y hasta aburrimiento. El resumen de esta aproximación fallida a lo que se cuenta es el monólogo final, una descripción furiosa de Germán de todo lo que ve y siente, pero que, lejos de impactar, da la sensación de ser un compendio de lugares comunes y esquemáticos vertidos por un tipo que posiblemente envejeció antes de tiempo. Que todo se detenga quiere ser una película generacional y hasta un retrato de un presente decadente del país, pero en el fondo tiene poco para decir.