Así es el humor. No en vano está el viejo adagio: “el éxito de un chiste depende de quién lo escucha”, de modo que en el caso de “Quiero matar a jefe” sus grandes aciertos y errores bien pueden ser la misma cosa.
Si los personajes de las películas pudieran pasarse por una especie de tamiz, imagine que los de la saga “¿Qué pasó ayer?” (I y II, 2009 y 2011) decantaron en Nick, Dale y Kurt (Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis respectivamente). Los tres amigos desde siempre, atraviesan un momento difícil en el plano laboral, aunque los otros aspectos de sus vidas parecen no tener importancia. Odian a sus jefes, pero algunas arbitrariedades del guión los ponen entre la espada y la pared. Veamos:
El jefe de Nick, Dave (Kevin Spacey) decide autonombrarse gerente de ventas en su propia compañía. Una atribución lógica, pero Nick esperaba ser nombrado para ese puesto después servir eficientemente de mucho tiempo a esa empresa.
El jefe de Kurt, Bobby (Colin Farrell) sale por herencia. Ante la muerte de su padre, decide estar al frente del negocio con la sola intención de hacerlo producir el dinero suficiente para financiar festicholas con prostitutas y kilos de cocaína. A Kurt sólo le importa que el negocio siga la noble tradición del viejo Pellitt (breve aparición de Donlad Sutherland)
Finalmente, la jefa de Dale es la Doctora Julie Harris (la irresistible Jennifer Aniston), una sexópata malhablada que lo acosa constantemente. Podría ser una situación soñada, pero Dale está enamorado de su prometida, le es fiel y rechaza el convite y esa situación le resulta traumática.
En una charla de bar, contando sus penurias, la conversación de los amigos deriva en una loca idea tomando como referencia la película “Pacto siniestro” (o “Extraños en un tren”), producción de 1951 del maestro Alfred Hitchcock, en la cual, para despejar posibles conexiones, dos hombres se intercambian potenciales asesinatos.
Establecida la situación en los primeros, y muy buenos, minutos de “Quiero matar a mi jefe”, al realizador Seth Gordon se le abre la posibilidad de abordar la comedia de enredos desde una impronta clásica, o llevarla al extremo del grotesco. No ocurre ni lo uno ni otro, y este es el punto en donde los espectadores tendrán dos opciones que se ejecutarán casi inconcientemente: seguir el hilo o cortarlo, es decir, estar dispuestos a aceptar lo inverosímil o llevar todo al plano racional. En el caso de quien escribe la opción elegida fue la primera, y realmente hay momentos en donde uno se ríe a discreción. Huelga revelar más de la trama que, de todos modos, se adivina fácil.
Gracias a que Spacey, Farrell y Aniston se creen sus personajes, los trabajos de los demás miembros del elenco se elevan bastante más y logran sacar la historia adelante. No parece haber en el realizador un sentido de la dirección de actores. Como si hubiera confiado más en que cada uno haga lo suyo en lugar de probar si ello conviene al tratamiento de la película. Por eso todo depende del elenco, ya que los rubros técnicos cumplen pero no aportan nada novedoso.
La recomendación es: si tiene ganas de reír sin hacerse preguntas, entre al cine con buen humor o con deseos de despejar el malo. Por cierto, no olvide dejar la lógica en la puerta de la sala, la que puede recuperarla apenas termine la función. Para el momento en que concluya en que todo fue un divague, la sonrisa ya estará dibujada en su rostro.