Nada peor, en estos tiempos de inestabilidad económica global, que perder el trabajo. Los psicópatas del mundo han encontrado un nuevo lugar para seguir ejerciendo la tortura: ser jefes de alguien. En este film, tres tipos que se enfrentan al cretinismo, la perversión y la violencia de sus respectivos jefes, hartos de que el mundo siga dándoles la espalda, deciden acabar con ellos. Por supuesto, no son asesinos, sino gente desesperada. Por supuesto, las cosas irán de mal en peor y tal será la raíz de la comedia. Cercana en estructura a “¿Qué pasó ayer?” (el descenso al Infierno por el camino de la torpeza), esta película tiene algunas virtudes y un defecto. El último reside en la falta de precisión cómica de algunos momentos, que se diluyen en chistes obvios. Las primeras, en la actuación –especialmente de Kevin Spacey y Jennifer Aniston, que se divierten creando sus respectivos villanos y riéndose de sí mismos– y en una mirada ambigua sobre el mundo. Después de todo, estos tres empleados no son gente “buena”: uno es imbécil, otro es rastrero, otro es lascivo. Su frustrada cruzada asesina se basa en el mismo principio egoísta que guía a sus respectivos jefes, y el film no hace nada para diluirlo, aunque se los nota con buenas intenciones. Sin embargo, la propia trama permite pensar que un triunfo de estos tres orates derivaría en la creación de tres nuevos monstruos. La historia los redime de algún modo, pero el efecto amargo permanece. Imperfecta pero curiosa.