El héroe menos pensado
Desde que John Lasseter, el fundador de Pixar, supervisa las producciones animadas para los Estudios Disney no hay franja del público que se quede afuera. Con Ralph, el Demoledor se confirma por enésima vez el olfato comercial del creador de Toy Story. La película es una comedia de aventuras multitarget que disfrutarán especialmente quienes hayan jugado con las consolas de video o hayan estado internado días enteros en galerías tipo Sacoa en las décadas del 80 y 90. Fui testigo de la mejor prueba de testeo en el reciente 27º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata donde el film se exhibió presentado ni más ni menos que por su director Rich Moore con una respuesta increíble por parte de los espectadores que lo ovacionó durante varios minutos al concluir la proyección.
La historia trabaja sobre un concepto novedoso: ¿qué pasaría si el villano de un videojuego se cansa de su rol y quiere pasarse al otro bando? Con esta premisa los argumentistas, entre los cuales se encuentra el realizador, desarrollaron una trama elaborada hasta el mínimo detalle en la que abundan el humor, la fantasía, la acción, el vértigo, bellísimos diseños animados muy bien aprovechados gracias a la profundidad de campo y la nitidez del 3D; y el esperado homenaje a toda una galería de personajes del rubro que a muchos les hará sentir una profunda nostalgia. Después de todo en esos personajes está anclada la infancia de toda una generación que encontrará irresistible la oportunidad de volver a verlos aunque más no sea en un largometraje de ficción. Las decenas de cameos que se van hilvanando casi desde el comienzo –y que por suerte no le quitan impulso a la línea argumental ni se imponen como algo forzado por los escritores- son apenas un condimento extra porque Ralph, el Demoledor se apoya en un sólido trabajo de guión. Y ni hablar del aspecto técnico que como se imaginarán apunta muy alto tratándose de Disney / Lasseter.
Hay algo del universo de Toy Story en la forma en que los personajes de los juegos de video esconden su secreto de los humanos. Y aquí el temor no es que el Andy de turno crezca y se canse de ellos sino una variación: que el dueño de la Arcade desenchufe el juego definitivamente dejando a sus “trabajadores” en la calle. Exactamente ése es el conflicto que se desencadena cuando en el 30º aniversario de Fix-it Felix Jr., ofendido por no haber sido invitado a la fiesta de celebración, Ralph se marcha del juego en el que el pequeño Felix va reconstruyendo con su martillo los edificios que él destruye sistemáticamente cada vez que alguien introduce un fichín en la máquina. Resuelto a demostrarle a todos que puede cambiar su naturaleza villanesca Ralph se infiltra en el violento Hero’s Duty tras enterarse que al ganador se le entrega una moneda con la que podría regresar victorioso a Fix-it Felix Jr. Pero nada es tan simple para Ralph que acobardado por el agresivo entorno del Hero’s Duty se escapa en una nave espacial perseguido por un Cybug, organismo biomecánico que ataca a los humanos, y sufre un aterrizaje forzoso en un juego para niñas de carreras de autos llamado Sugar Rush. Y aquí es donde Ralph conoce a la pícara y encantadora niña Vanellope von Schweetz que se apropia de su medalla para ganar el derecho a participar de la competencia de karts aunque lo tiene prohibido por el Rey Caramelo. Claro que la historia no concluye en este punto: el guión sigue evolucionando hasta el mismo clímax con sorpresas estilísticas y algunos giros narrativos inesperados que serán del agrado de grandes y chicos. Estén familiarizados con los juegos de video o no.
Ralph, el Demoledor es una obra producida con tecnología de punta que denota muchísimo esmero como muchas otras películas del género. Lo que las demás no siempre tienen es un eje emocional que obligue al espectador a reverla incansablemente. Rich Moore ha plasmado una aventura animada inteligente y con corazón en la que cada recurso de producción invertido está al servicio de una historia bella, dinámica y divertida que apela a la memoria colectiva para lograr la identificación de su público. La advertencia que formula sobre los preconceptos es tan valiosa como el mensaje sobre la amistad que emerge nítidamente a partir de la relación entre Vanellope y Ralph, ese gigante de 2, 7 metros inspirado en Donkey Kong que al fin y al cabo demuestra estar más necesitado de un toque de afecto que de una gesta heroica.