El mundo del Arcade
Disney parece arriesgar un poquito más en cada nueva producción animada, como agionándose a este mundo globalizado del siglo XXI que ha visto caer gran parte de sus viejos paradigmas y donde todo es, o parece ser, en función del punto de vista que se adopte.
Ralph el demoledor sigue en parte cierta línea argumental ya abordada por Megamente (DreamWorks Animation) o Mi villano favorito(Illumination Entertainment) en donde el malo deja de serlo, pero eleva la apuesta y propone un poco mas.
La reunión de terapia grupal repleta de villanos con su frase de cabecera “Es bueno ser malo, y no hay nada de malo en no ser bueno”, da inicio a un relato que si bien responde a los cánones Disney destinado a un público mayormente infantil y juvenil, da lugar a otras capas de lectura que lo vuelven interesante también al publico adulto.
A partir de un salón de videojuegos Arcade (muy popular en los años 80’), en el que al cerrar el establecimiento cobraran vida los personajes de los juegos, el film logra construir un universo integrado por mundos de naturaleza completamente diferentes donde cada máquina es un mundo conectado a la Central de Videojuegos (maravillosa combinación de Central Station Neoyorquina con viaductos futuristas y un sistema de transporte por medio de los cables de corriente eléctrica) y en donde los personajes de los videojuegos viven sus propias vidas tras culminar su jornada laboral.
Ver los personajes animados en acciones típicas de la vida real como Qbert pidiendo limosna o Sonic en los anuncios de seguridad para personajes es uno de los aciertos del film.
Este es el escenario donde Ralph, un villano que tras 30 años de ser el malo del video juego y no tener nunca un reconocimiento, se cansa y quiere por primera vez dejar de ser el malo. Ralph observa como los héroes y buenos siempre son premiados, y que si algún día quiere ser aceptado por los demás y formar parte del clan de los buenos deberá convertirse en el héroe y conseguir una medalla. Es ahí cuando empieza su aventura.
Mas allá del aspecto técnico, con un diseño de arte asombroso cuidando los mínimos detalles como el contraste de diseño generacional, estilos de animación e incluso texturas completamente diferentes para cada personaje (desde insectos gigantes extraídos de un mundo post-apocalíptico hasta inocentes niñas que se visten con dulces), secuencias de acción y aventura y un montón de referencias, guiños y cameos que los adictos a la tecnología sabrán encontrar y apreciar, todo el peso dramático y emotivo recae en sus entrañables protagonistas.
Un Ralph consciente de su entorno y con un conflicto interno que lo dispone a luchar por un cambio y una niña, de naturaleza errónea (Vanella Von), histriónica y mordaz que es despreciada por ser una falla pero que no deja de luchar por su objetivo, son el eje central de una historia original, entretenida y emotiva que indaga sobre la amistad, nuestro lugar en el mundo y la felicidad.
Ver las cosas desde otras perspectivas (los personajes buenos tienen sus momentos de malos y viceversa), cuestionar y romper los estereotipos, pensar que pequeños defectos sean en realidad virtudes que nos hagan crecer como individuos, pero fundamentalmente nunca dejar de buscar nuestra identidad y propósito en la vida.
Ralph el demoledor es una película entretenida, emotiva y original que además de rendir homenaje a toda una generación que en los 80 vivió el mundo del Arcade, suma a su clásico final Disney un interesante espacio de discusión con su llamativo mensaje final:
"Soy malo, y eso es bueno. Nunca seré bueno, y eso no es malo. No quiero ser nadie más. Y soy feliz."
¿Si lo importante es ser feliz, esta bien ser feliz de ser malo?