Arcade Story
En su debut en el largometraje (el currículum del director en televisión es de lo más sobresaliente que se pueda encontrar actualmente en materia de animación -Futurama, Los Simpson, El crítico y mucho más-) Rich Moore apostó por un universo con gancho generacional (los videojuegos, especialmente los arcades de la década de 1980) y un tema caro al cine de animación desde la aparición de lo digital (Toy Story y Robots transitado cuestiones similares) como es el paso del tiempo y el avance de la tecnología como una forma de discriminación: así como a los viejos muñecos se sentían amenazados con aquel astronauta intergaláctico con luces en Toy Story y a la chatarra la convertían en descarte en Robots, aquí la posibilidad de ser desenchufados y pasados a retiro escandaliza a los integrantes de esta fauna ubicada en una casa de videojuegos a la vieja usanza. Ralph el demoledor es una película que sigue viejas fórmulas a la vez que recorre un camino personal, con una multiplicidad de ideas visuales y narrativas que por momentos abruman un poco, y convierte la travesía del antihéroe en una rara forma de fábula con conciencia social.
En primera instancia, pareciera que Moore y sus guionistas van a lo fácil: ¿cómo no generar empatía en un público de sub cuarentones -target cautivo de este film- que crecieron con estos personajes y que han incorporado a los videojuegos como elemento cultural? Sin embargo, Ralph el demoledor es un poco eso (digamos que hay miles de referencias que para un público neófito harán invisibles muchos de los grandes chistes que tiene la película) pero también una gran historia con personajes atractivos y que son definidos diestramente con unos pocos pincelazos (sobresale en ese sentido la sargento Calhoun, tan Halo ella, con su crisis sentimental contada a puro flashback en velocidad rayo). Digamos que Ralph el demoledor, al sostener muchos de sus aciertos en el conocimiento que tenga o no el espectador sobre el universo retratado (especialmente su primera media hora), no deja de ser un producto riesgoso. Por eso es digna de festejarse la libertad con la que avanza sin detenerse demasiado en explicaciones, y esto es así porque Moore confía fieramente en el material que tiene entre manos. Como que es una celebración algo nerd que funciona en diversos niveles, pero nunca se separa de su corazoncito amante de los videojuegos.
Más allá de aspectos estéticos, referencias (algunas más obvias que otras) e iconografía, Ralph el demoledor es una película muy inteligente que hace lo debido: toma el objeto abordado y lo analiza desde un perfil antropológico. Porque Repáralo Félix Jr., el videojuego dentro de la película, es un arcade al estilo Donkey Kong en el que determinados aspectos sociales sobresalen y demuestran cierta ideología que imperaba (consciente o inconscientemente) en los juegos: Repáralo Félix Jr. es un videojuego clasista donde un gigantón (el malo) destroza un edificio residencial y un hombre con un martillo (el héroe) repara las ventanas hasta llegar a la terraza y arrojar, junto al consorcio de más que evidente estilo de vida burgués, al malo desde lo alto del edificio. El conflicto que motorizará la trama, pues, será el del gigantón, Ralph, cansado de ser el malo y puesto en el trabajo de conseguir una medalla para ser reconocido socialmente. Y esto se replicará tanto en la falla conocida como Vanellope, personaje que Ralph encontrará en otro juego, como en otro personaje fundamental del que no revelaremos más nada aquí. En definitiva, Ralph el demoledor no apuesta tanto a subvertir el orden establecido como a repensar los roles que jugamos socialmente y la posibilidad que tenemos de modificarlos estructuralmente. A veces, en definitiva, somos eso y no otra cosa. ¿Cómo ser mejores, pues?
Por lo demás, resulta muy atractivo el contrapunto que se da entre el mundo pop de golosinas en donde se desarrolla el nudo central del film y el subtexto oscuro y apesadumbrado de los personajes. En esa apuesta hay una ironía que resulta la parte más filosa e interesante de la película, y que remite fundamentalmente a cómo las apariencias son funcionales a la construcción social, vista como una generación de sentido.
Es cierto que si bien Ralph el demoledor pertenece a este saludable presente de la Disney cooptada espiritualmente por John Lasseter y los muchachos de Pixar, no deja de ser un film Disney: y las moralejas y enseñanzas son dichas en una voz más alta de lo aconsejable. Pero eso es lo de menos en una película creativa visualmente y muy original, que recurre a un mundo preexistente y le aporta su propio estilo: el film pone en boca de los personajes apenas sus conflictos básicos (esa enseñanza destinada a los más chicos), pero en otro nivel hay un mundo que los supera y cuya referencialidad se trabaja subyugantemente. Y desde el relato, hay que decir que Moore no aprovecha para caer en la obviedad de convertir esto en un juego de niveles y dificultades progresivas, como en los videojuegos, sino que incorpora estos elementos a una narración que sigue la lógica del viaje del antihéroe con altas dosis de aventura y acción frenética. El clasicismo final del relato es coherente con la lógica de los personajes. Ralph el demoledor termina y dan ganas de insertar otra moneda y seguir jugando.