El Arcade sea Eterno
Recuerdo que ir a Sacoa o algún lugar con video juegos me hacía muy feliz. Luchar al Street Fighter, competir en el Cruis’n World o jugar al pinball se volvieron experiencias gratificantes de mi infancia y preadolescencia. Y si no quería salir de mi casa, siempre podía prender el Family y saltar con Mario o Luigi rumbo al castillo donde Koopa tenía secuestrada a la princesa.
Pero el tiempo pasó y esos juegos pasaron a la historia. Ahora son mucho más violentos o infantiles. Oscuros o demasiados kitsch. ¿Donde están esos mundos imaginarios donde la violencia y la inocencia podían convivir en un mundo casi real, con personajes caricaturizados pero inspirados en algunas cosas reales? Después de todo, los hermanos Mario vivían de la plomería.
Sobre lo antiguo y lo presente, el cambió de generaciones y los estereotipos de bondad y maldad habla esta nueva comedia animada de Disney, ópera prima de Rich Moore.
No es la primera vez que el cine se mete en el interior del mundo de los video juegos. Básicamente de esto trataba Tron, pero acá los personajes convergen en un mundo que no conocemos cuando las máquinas se apagan. Siguiendo un poco el patrón de Toy Story y Monsters Inc. los personajes de Ralph son concientes que sus roles son parte de su trabajo. La escena inicial es realmente fantástica, una charla de autoayuda para villanos que no quieren ser malvados y se necesitan mutuamente para seguir cumpliendo con sus roles, pero Ralph no es un simple villano. Destruye el edificio porque lo echaron del suyo. Ralph sufre la discriminación y los prejuicios en su propio video juego. Quiere hacerse amigo de sus enemigos y no lo dejan. Por lo tanto decide abandonar su propio juego para convertirse en héroe en un juego más moderno. Tras probar suerte en Medal Of Honor, se convierte en un fugitivo y termina un juego de carreras en Candy World.
Nutrida de bastante nostalgia, Moore construye varios mundos realmente asombrosos desde el concepto audiovisual prestando atención a mínimos detalles como el contraste de diseño generacional, el modo de caminar, de hablar, de mirar de cada personaje, y al mismo tiempo le aporta humanismo al interior de cada uno.
Si bien en el resultado final peca de ser demasiado didáctica e infantil, Ralph, el Demoledor tiene numerosas capas de lectura y un meticuloso trabajo visual que la ubican por encima de los cuentos que los mismos estudios realizaron años anteriores como Enredados o La Princesa y el Sapo.
El aporte de las voces originales como la de John C. Reilly, Jack Mcbryer, Jane Lynch Ed O’ Neill o Alan Tudyk es otro atractivo de esta producción que critica los prejuicios sociales y evita caer en algunos lugares comunes, más allá de que estructuralmente es bastante previsible y calculada.
A pesar de su extensión es una obra entretenida, que esperemos tenga una secuela (o por lo menos así lo espera Rich Moore, en declaraciones a este redactor) que esté a la altura de este producto… o de Ralph.