Lo que quedó de una catástrofe
La catástrofe ocurrió en 2008. El volcán explotó y hubo que abandonar el pueblo. Luego desbordó el río. Cuando los habitantes volvieron, muchas casas habían desaparecido y otras tenían la entrada tapada por metros de cenizas. En circunstancias como ésa, lo lógico sería aceptar el consejo del Gobierno e instalarse en otro sitio. Pero quienes son de ahí de toda la vida, y cuyos mayores también fueron de ahí, bueno, ahí quieren quedarse. Este es el registro de cómo pasan sus días los viejos pobladores de un caserío del sur de Chile llamado Chaiten (no confundir con el santacruceño Chalten), gente que no piensa moverse ni aunque le digan que el río tiene arsénico y el aire está contaminado, y le reiteren que el Gobierno ya cortó el envío de electricidad, gas y agua corriente. Gente que no sabe cómo hacerse oír, y que ya no tiene muchas ganas de seguir hablando. Un paisaje,diríamos, como después del Apocalipsis, de piedras quemadas y cenizas todavía humeantes, aves rapaces solitarias y sucias, atmósfera turbia y personas extrañas que llegan con planes sospechosos, como si el pueblo y hasta sus habitantes ya estuvieran oficialmente muertos, pero todavía habría que convencerlos de irse a enterrar a sí mismos a otra parte.
Fernando Molina y Nicolás Bietti, barilochenses, saben de cenizas volcánicas y de gente curtida. Ellos, a lo largo de cuatro años, visitaron reiteradamente el Chaiten, siguieron el quehacer de sus habitantes, su ancestral terquedad, su paulatina vejez sin esperanzas. Respetuosamente los fueron grabando, y también respetuosamente captaron los paisajes inquietantes, de oscura belleza, que hoy conforman ese lugar. Casi 40 festivales de documentales y encuentros de ecologistas, y casi una docena de premios, certifican la calidad del trabajo. Pero no explican la fascinación de ese paisaje, ni la terca entereza de esa gente. Por contraposición, el asunto recuerda un hecho ocurrido en 1932, cuando las cenizas de los dos Descabezado y el Tupungato llegaron hasta General Pico y hoy nadie lo creería, de no ser porque Domingo Filippini y su hijo filmaron todo eso, en uno de los pocos noticieros provinciales que todavía se conservan.