Valiosa mixtura entre ensayo autobiográfico y reflexión sobre cómo el cambio tecnológico afecta a la producción artística en esta propuesta de Baca estrenada en la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata.
Con películas como Cabeza de palo (2002), Samoa (2005), Música para astronautas (2008) y Vrindavana (2010), Ernesto Baca se consolidó como uno de los directores más interesantes y consecuentes dentro del cine experimental apelando en general a un patchwork, un collage visual y sonoro que apela a una multiplicidad de elementos y formatos. Esa búsqueda se amplifica y potencia aún más en Réquiem para un film olvidado, que pendula entre lo autobiográfico (su vida en Florencio Varela, sus búsquedas místicas), lo artístico (la influencia del pionero Claudio Caldini) y las cuestiones tecnológicas que van cambiando la forma de entender y hacer cine.
Hecha de retazos, incluso de descartes de otros trabajos, Réquiem para un film olvidado es inevitablemente disperso, caótico, fragmentario, pero también fascinante y osado con momentos de audacia como cuando muestra… ¡su propio velorio!
Pero quizás lo más interesante de Réquiem para un film olvidado sea la descripción del final de una época (la del celuloide y su reemplazo por el digital) que Baca y muchos superochistas se resisten a aceptar. En ese sentido, desde que Kodak dejó el fílmico en 2012, un grupo de cinéfilos y científicos locales planea en la ficción la posibilidad de lanzar el Proyecto Argenta con la idea de fabricar película virgen de industria nacional.
Film íntimo (con la voz en off del propio Baca) y ensayo intelectual (con el uso de textos de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord), Réquiem para un film olvidado está concebido como un testamento y un acto de resistencia. Despareja, irregular, pero con una honestidad y una visceralidad que el cine experimental (el cine a secas) extraña bastante, la película de Baca moviliza y obliga a la reflexión. No es poco mérito.