Lo que se fue con el capital
El film del chino Wang Chao usa una historia de amor para mostrar el paso del comunismo al capitalismo en la China contemporánea.
Ri ri ye ye es una buena película: el manual de corrección cinematográfica al uso actual así lo marca. No tiene errores, no tiene palabras o escenas de más –de hecho, se habla poco y se actúa (en el sentido de moverse) mucho– y tiene un componente político importante. Su director es Wang Chao, uno de los relizadores jóvenes de la China actual –o era joven en aquel 2004 de origen de este film– y la película, a través de una historia personal donde la culpa es el motor principal, nos permite comprender qué ha pasado en el gigante asiático en los últimos años. China es –o debería ser– el gran tema de los politólogos: un país que pasó del férreo dominio maoísta a seguir llamándose comunista, cuando lo que maneja las relaciones entre personas son las reglas del mercado. Eso sí, con censura estatal, aunque no tanto ya con culto a la personalidad. Con baches oscuros (¿alguien dijo Tiananmen?) y proyectos faraónicos (la represa de las Tres Gargantas). Un país donde la tradición rural convive con ciudades hipermodernas que nacen en la nada, con todos los gestos de la modernidad tecnológica y un solo partido político. Es importante mencionar todos estos datos porque el film alude a ellos de manera implícita y explícita: se nota en Wang la necesidad de eludir la censura a través de símbolos y metáforas. Carece de la sutileza y el estilo del mucho más talentoso Zhang Ke Jia –uno de los mejores directores de la actualidad– pero no de fuerza y convicciones. La historia es casi un melodrama: un hombre trabaja en una mina y es amante de la joven esposa del dueño del establecimiento. Hay un accidente, el dueño muere, y el otro, atacado por la culpa, no puede sostener su relación amorosa y deposita el deseo en el trabajo a destajo en una mina que, por lo demás, ya no tiene mayor sentido. Todo está narrado con sutileza, con planos laterales, con momentos de ausencias y presencias significativas. Es, ante todo, un film de fantasmas donde el muerto ocupa el lugar de un partido y una ideología que quizá nunca estuvieron allí. Wang utiliza esa metáfora sin descuidar el drama de sus criaturas, y allí radica el mayor acierto del film: en que su aplicabilidad política no conspira contra la ficción que nos comunica. Potente y poética, Ri ri ye ye es mucho más que una tersa superficie.