Noche y día de un trabajador chino
Formado como asistente de Chen Kaige, el director chino Wang Chao supo llamar la atención con su primer largo como director, El huérfano de Anyang, que llegó a participar de la competencia del Bafici 2002, donde ganó un par de premios. En esa historia de una madre soltera empujada a la prostitución, había una rugosidad, una urgencia, una sensación de tiempo presente que evitaban el peligro de la sordidez gratuita. Es muy distinto, en cambio, el tono y la textura de su segundo largo, Ri ri ye ye (Noche y día), que llega recién ahora a la cartelera porteña, cinco años después de su première en el Festival de Cannes (Wang Chao filmó desde entonces otros dos largometrajes, inéditos aún en Argentina). Hay un preciosismo en la fotografía de Ri ri ye ye y una ambición en su banda sonora –ejecutada por la Orquesta Filarmónica China– que provocan cierta incongruencia entre los personajes y su ambiente y la manera de representarlos.
En el extremo norte de China, en la frontera con Mongolia, una familia sobrevive diariamente en base a enormes esfuerzos: el padre, ya anciano, baja todos los días a una mina de carbón tan precaria como su propia casa, donde su joven mujer y su hijo, retrasado mental, completan el magro ingreso familiar vendiendo hortalizas en el mercado del pueblo. Junto a ellos vive Guangsheng, también minero, un protegido del padre, que sin embargo cede al deseo y acepta por las noches, no sin remordimiento, la visita de la mujer. No hace falta ser adivino para anticipar un accidente que se cobrará la vida del viejo y dejará a los amantes el camino libre, pero empedrado por la culpa.
La película de Wang Chao, sin embargo, prefiere abandonar el melodrama para incursionar en una ficción alegórica que alude al enorme cambio económico y social en China. La mina, originalmente del Estado, pasará después del accidente y de su ulterior abandono a ser propiedad de Guangsheng, que hará lo imposible por sacarla a flote. Si su personaje representa el momento de inflexión en la encrucijada china (“un país, dos sistemas”), el fantasma del viejo, que no deja de aparecérsele, parece sugerir el peso de las tradiciones en la conciencia. Y una nueva mujer en el horizonte, que Guangsheng toma como contadora cuando asoman mejores tiempos, alude quizás a la occidentalización del proceso industrial chino. El problema mayor de Ri ri ye ye no está sólo está en su indefinición de intenciones, que en menos de 90 minutos llevan al film a oscilar sin rumbo entre el drama romántico, el realismo documental y la alegoría política. Las decisiones de guión, más de una vez arbitrarias e incluso forzadas (como la súbita desaparición de la primera mujer, que deja un vacío en el relato difícil de llenar), desnudan una película fallida, indecisa, escindida entre dos modelos antitéticos del cine chino: la retórica épica de Zhang Yimou o Chen Kaige y el minimalismo contemporáneo de Jia Zhang-ke.