El dolor de ya no ser
Drama sobre cambios sociales chinos.
No es raro en el cine chino contemporáneo: Ri ri ye ye, opus dos de Wang Chao (cuya opera prima, El huérfano de Anyang, se exhibió en el Bafici 2002), se apoya en personajes lacónicos que se mueven en paisajes que van siendo devastados -tomados, casi siempre, en planos muy generales- para transmitir de un modo íntimo los más radicales cambios sociales y económicos de ese país. La filmografía de Wang es heredera, entre otras, de la de Jia Zhang-ke, aunque, en este caso, con alegorías más obvias.
En Ri ri ye ye se cruzan, en un ámbito rural, el final de la era comunista y una tortuosa relación sentimental con -lo explicó el director- el mito de Sísifo (el hombre condenado al sometimiento y una deshumanizada repetición, en cualquier sistema) y algunas teorías freudianas, como el complejo de Edipo. Guangsheng, el protagonista, trabaja en una mina de carbón, junto a su admirado maestro Zhongmin, un hombre mayor cuya esposa es amante de Guangscheng. Hasta que, tras una explosión, la mina queda en ruinas. Desde entonces, Zhongmin no desaparece de la vida de Guangsheng: por el contrario, se transforma en una mirada omnipresente, generadora de culpa, impotencia sexual y dolor recurrente ante la pérdida.
Hasta que el Partido Comunista indemniza a los mineros, para que emigren a zonas urbanas de trabajo, y le alquila la mina -en paso hacia el capitalismo- al obsesivo Guangsheng, quien por momentos trabaja con el fanatismo de Daniel Day-Lewis en Petróleo sangriento. Las viejas contradicciones darán paso a una ciega voluntad laboral -que sublima al placer- y luego a nuevas contradicciones, siempre movilizadas por el mandato de Zhongmin; mandato que, como el de cualquier figura paterna, trasciende a la muerte.
La economía discursiva, la belleza de la puesta y un estilo narrativo alejado de los parámetros occidentales hacen de Ri ri..., más allá de sus imperfecciones, un valioso aporte a la cartelera comercial porteña.