"Río Turbio", otra manera de mirar al sur
Apártandose de muchas formas de la cinematografía clásica, la directora consigue un retrato en el que el patriarcado en las minas de carbón afecta profundamente a las mujeres, pero también a los hombres.
Salsipuedes, Agua Hedionda, Venado Tuerto, Negro Quemado, Vaca Muerta. La Argentina está llena de ciudades, pueblos y parajes con nombres extraños, muchas veces siniestros. Entre ellos, el de la ciudad santacruceña de Río Turbio no se encuentra ni dentro de los más raros ni entre los más tenebrosos. Por lo menos a primera vista. Pero en la película homónima de la cineasta argentina Tatiana Mazú González ciertamente revela su costado sombrío y ominoso.
Ni siquiera es necesario que empiece la proyección para percibirlo. Alcanza con notar que para su difusión internacional, la directora eligió no respetar el carácter de nombre propio que eligió como título de su película, sino que prefirió para ese fin su traducción literal, Shady River, con el que se estrenó en la edición 2020 del festival de cine documental FID Marseille. Una versión que, para quienes estamos acostumbrados a asociar dicha expresión con el nombre de una ciudad, revela un carácter intimidante que el uso cotidiano le fue quitando, pero que en la película de Mazú González reaparece con fuerza.
En Río Turbio la directora regresa a aquella ciudad en la que creció. Ahí, su padre integraba la planta permanente de operarios destinados a las minas de carbón en torno a la cual fue creciendo el casco urbano, desde que el yacimiento comenzó a explotarse a finales del siglo XIX. Pero su aproximación al lugar no solo está regida por lo íntimo, sino por un abordaje formal que se aparta de muchas formas de la estética cinematográfica clásica. La película comienza con la reproducción facsimilar de un correo electrónico enviado por la secretaría de Asuntos Institucionales de Yacimientos Carboníferos de Rio Turbio. Ahí se le informa a la directora que su pedido para ingresar a filmar a la mina fue denegado. A continuación y en un formato similar, se reproducen una serie de mensajes que la directora intercambia con una de sus tías, quien todavía vive en la ciudad minera. En ellos queda expresado con claridad el rol que las mujeres ocupan no solo en la empresa, sino en la sociedad del lugar.
Que las primeras mujeres que se instalaron ahí fueron las esposas de los mineros y que llegaron de manera forzada (se las llama TAF: Traídas a la Fuerza). Que tienen prohibido entrar a la mina (las supersticiones sostienen que la mina es una mujer celosa y que no tolera la intromisión de otras mujeres). Que su lugar sigue reducido casi por completo a los roles tradicionales. Como en su película anterior, Caperucita Roja, en la que también utilizaba a las mujeres de su familia para perfilar un retrato de lo femenino en la sociedad actual, en Río Turbio Mazú González vuelve a ofrecer un manifiesto antipatriarcal. Para ello, una vez más toma la decisión de partir de lo personal (el abuso sufrido en la niñez por parte del hijo más grande de un amigo de su padre), para ir desde ahí hacia lo comunitario, de la forma más amplia posible. Por eso su denuncia no se limita a enumerar los sometimientos que el patriarcado les impone a las mujeres, sino aquellos que el sistema aplica también a los hombres. En particular los vinculados a la explotación laboral que siguen padeciendo los mineros, como su papá. Todos son víctimas de la misma cosmovisión.
Compuesta por un collage que incluye documentos oficiales, audios y chats de WhatsApp, mapas geológicos, textos técnicos, gráficos tomados de manuales de instrucciones, fotografías, filmaciones en Super 8 y videos familiares, Río Turbio es una película visualmente fascinante. A ello se le debe sumar una serie de reveladores planos fijos, en los que la directora logra captar el espíritu melancólico de la ciudad patagónica, encuadrando diversos paisajes siempre de forma extraordinaria. Y algunas filmaciones clandestinas del interior de la mina. A partir de esos elementos, Mazú González logra darle forma a un cuadro expresionista, al que un trabajo de sonido puntilloso termina de infundirle un aura entre fantasmal y lisérgica.