Una chica de espaldas que mira sus pies. Rosetta lleva su nombre bordado en la blusa como toda filiación. No hay historia ni novela familiar. Rosetta está condenada al presente. Ningún discurso sobre el personaje que nos impida conocerla, ningún comentario sobre su vida. Los directores encuentran la distancia justa para retratar a su heroína, lo más cerca posible, afirmando la necesidad de la urgencia y la permanencia. No hay un plano que no contenga a Rosetta, no hay una sola escena que no se sacuda con su figura. Esta omnipresencia es una de las grandes fuerzas de la película pero no representa un salvoconducto moral ni compasivo. Rosetta produce rechazo, es una bestia acosada, agresiva, incapaz de entrar en contacto con los otros. Sin embargo, hay algo en su búsqueda que cautiva y genera una identificación extraña. La presencia sensible de la cámara y el tratamiento depurado de la narración constituyen una disposición discursiva moderna. Rosetta pone en actos su imposibilidad de decir en palabras y gestos, utiliza el ruido ensordecedor de un ciclomotor para rebelarse. Los directores adoptan el punto de vista de esta chica que mira sus pies, que no ve a la gente ni el horizonte y permanece recluida en su cuerpo.
Cine de poesía. Los Dardenne hacen sentir la cámara. Hay una contaminación estilística evidente entre el estado psíquico del personaje y la puesta en escena. Pero se trata de un cine de poesía distinto al enunciado por Pasolini, porque la cámara no es autónoma y portadora de un juicio moral sobre Rosetta. Sentimos que la acosa, la cerca y jamás la suelta, pero sin embargo no la encarcela sino que la hace vivir. La heroína arrastra a la cámara y con su actividad frenética le impide tomar distancia y emitir un juicio. No hay distanciamiento crítico posible y el pensamiento no puede establecerse según los circuitos acostumbrados. Los objetos cotidianos adquieren nuevos roles apartados de su primera utilidad, un secador de pelo puede aliviar el dolor de estómago así como es posible quebrar los huevos con la cabeza. Rosetta no es un personaje neorrealista que observa una situación insoportable sin poder actuar. Ella está sobre sus pasos y la amenaza constantemente con sus movimientos vertiginosos.
Rosetta se aferra a la máquina con la que trabaja como si fuera su muñeca. Con una sola imagen los directores describen el estado del mundo con mayor justeza y contundencia que los miles de páginas escritas sobre el tema. El último plano es simplemente extraordinario: Rosetta quiere suicidarse con un tubo de gas que no puede arrastrar por su peso, y esa incapacidad física es lo que finalmente la salva. Para no abrumar al lector realzando el cine de los hermanos Dardenne (al respecto pueden leer un texto acá), sólo agregaré que Rosetta es una película soprendente que marcó la consolidación de su estilo. Su demorado estreno comercial es, sin dudas, el primer gran acontecimiento cinematográfico de este año. En tiempos de tecnología 3D y sonido estridente, es preciso ver la conmovedora escena en la que Rosetta se dice buenas noches a si misma antes de dormirse, para comprobar por dónde pasan las verdaderas posibilidades del cine contemporáneo.