La escena hardcore y la crisis de los 80
Década de los 80 en Estados Unidos. Época de reaganomics y altas tasas de desempleo. En Washington DC, una ciudad cargada de empleados públicos, la crisis empieza a notarse con claridad. En ese entorno nace la escena hardcore, que escupió la música más visceral que se produjo en ese país en el siglo pasado: Bad Brains, Minor Threat, Void, Fugazi, Scream (la banda con la que Dave Grohl convenció a Kurt Cobain de que sería el baterista ideal para Nirvana), Government Issue, Jawbox... Grohl es justamente una de las cabezas parlantes más conocidas de este documental exhibido en 2015 en el Bafici. Las otras figuras notorias (en términos de relativa popularidad) son Thurston Moore (Sonic Youth), J. Mascis (Dinosaur Jr.) y Ian MacKaye, iniciado en The Teen Idles y factótum indiscutible de Minor Threat, Embrace y Fugazi, la banda de post-hardcore con la que perfeccionó finalmente las bases de su ideario: la protesta como horizonte, ningún tipo de promoción a través de videoclips, cinco dólares fijos para las entradas a los conciertos y diez para los discos.
MacKaye fundó, además, el sello Dischord, encargado de cobijar la mayor parte de la movida. Scott Crawford -ex periodista de Harp Magazine- cuenta la historia con MacKaye como columna vertebral, pero se anima mechar otros criterios y perspectivas sobre el mismo fenómeno sin ánimo de encender grandes polémicas: no hay nada demasiado picante en Salad Days (nombre tomado del último EP de Minor Threat, que marcaba un leve pero importante giro en las coordenadas estilísticas de la banda justo antes de que se disolviera), pero sí testimonios que confirman de primera mano los brotes de clasismo y la misoginia del movimiento. Pero no todo es tan serio en el documental, a pesar de esas patinadas ideológicas y del rigor de MacKaye para defender la solemne filosofía straight edge, consagrada exclusivamente a la abstención (de tabaco, de alcohol y de drogas). Porque también aparece Henry Rollins para contar anécdotas de su paso por la gerencia de una heladería famosa y para hablar de S.O.A., paso previo a su glorioso desembarco en Black Flag, y para asegurar que después de escuchar durante años en la radio a la Electric Light Orchestra, los Bee Gees y Stevie Wonder, encontrarse con "I Don't Wanna Go Down to the Basement", de The Ramones, le cambió la vida. Justamente los Ramones, Iggy Pop, The Cramps y Dead Kennedys son identificados como los referentes de una escena que privilegió la ética a la estrategia.
El documental también sitúa sociológicamente al género: chicos de clase media acomodada, en su mayoría blancos, que despreciaban el hippismo y lo usaban como armadura para proteger su sensibilidad.
Chicos que se dieron cuenta de que no había que ser Jaco Pastorius para armar un grupo y que la mejor respuesta a mano ante una sociedad dedicada al consumo y los negocios era una música veloz, enérgica y lacerante, la banda sonora perfecta para un entorno atravesado por la circulación cada vez más palpable del consumo de crack y el aumento simultáneo de la criminalidad y la represión.
Salad Days aviva la fogata de la vieja teoría que sostiene que los grandes florecimientos culturales son hijos de las crisis. Entre los escombros de la bancarrota moral y política de aquella etapa surgió la furia del hardcore, grito de anarquía y alimento para los patrones expresivos que surgirían en el rock en los años posteriores.