Muerto vivo caminando
El caso de Víctor Hugo Saldaño, único argentino condenado a muerte en Estados Unidos, que se encuentra esperando sentencia en el “corredor de la muerte” desde hace veinte años, movilizó masivamente tanto a la opinión pública como a expertos en materia jurídica internacional. El asunto no está en la inocencia o no de Saldaño, sino más bien en desnudar cómo el sistema texano lo llevó animosamente a la sentencia de muerte bajo motivos raciales y económicos que no permiten la defensa del condenado. A raíz de ello, este documental de Raúl Viarruel indaga en el caso a partir de testimonios idóneos y apelando a la fuerza sentimental del vínculo con sus seres queridos. El resultado es efectivo aunque por momentos desprolijo en la construcción del relato, a menudo perdiéndose la figura de Saldaño en pos de rescatar las brechas y características del sistema judicial que lo llevó a la sentencia.
La crónica policial nos cuenta que en 1995 el cordobés Saldaño, junto a su amigo mexicano Jorge Chávez, ingresan a un negocio en las afueras de Dallas y encañonan a un vendedor informático de 46 años, Paul Ray King, metiéndose luego en un bosque cercano. La maniobra tiene como consecuencia la muerte de King por cinco balazos y el robo de todo el dinero que tenía consigo. Tras ser detenidos, reciben la condena por homicidio, pero a diferencia de Saldaño, Chavéz llega a un acuerdo con la fiscalía que deposita toda la culpa de quien apretó el gatillo -nunca se supo fehacientemente- sobre el cordobés, obteniendo la cadena perpetua en lugar de la condena de muerte. Y aquí comienza el calvario tras las reiteradas apelaciones de los abogados ante la condena, principalmente aludiendo a que fue el carácter racista del proceso lo que llevó a que Saldaño fuera condenado a muerte, consiguiendo la nulidad de la sentencia. Pero luego, en 2004, sería condenado nuevamente, terminando en el “corredor de la muerte”, desde donde espera su condena, que es aplazada por las apelaciones reiteradas de sus abogados.
Apartándonos un poco de la historia que ha cobrado relevancia pública, el documental se centra en los primeros minutos en la figura de Saldaño, desde su búsqueda como viajero y lo que lo lleva a Estados Unidos, hasta alguna descripción de su personalidad a través de sus seres queridos. Los documentos y las fuentes no alcanzan a terminar de develar una personalidad que por momentos resulta enigmática si no se tiene conocimiento del caso con más detenimiento, principalmente porque rápidamente Viarruel hace foco en aquellas figuras judiciales que pueden aportar datos sobre la naturaleza del sistema punitivo norteamericano, el racismo que sobrevuela sobre la noción de “peligrosidad futura” -un elemento clave para ser condenado a muerte- e interpretaciones sobre la naturaleza del texano y la forma en que se enorgullece de la implacabilidad del sistema respecto a la pena de muerte. La cuestión es que la figura central se pierde rápidamente y no termina de configurarse un mapa de lo que le pasa, lo que siente y sus perspectivas. En su lugar, tenemos un estudio del caso que por momentos lleva a detenerse en elementos que no aportan a la historia troncal del documental. Por otro lado, también hay testimonios que aportan una gran riqueza a las nociones que se pueden tener sobre la pena de muerte, el proceso y cómo esto ha impactado en Saldaño, siendo clave la figura del cónsul argentino en Houston, Horacio Wamba.
Analizando otros aspectos, el documental se presenta desprolijo en la edición, siendo esto particularmente notable en algunas de las entrevistas (la del mismo Wamba tiene un corte brusco y muy notorio). En todo caso, su conclusión permite desarrollar la idea a pesar de perderse por momentos y concluir con una imagen que tiene que ver más con lo emblemático que representa la Estatua de la Libertad que con la travesía personal de Saldaño.