Un argentino entre los “muertos que caminan”
De 42 años al día de hoy, el cordobés Víctor Hugo Saldaño es el único ciudadano argentino condenado a muerte en el mundo. En espera de su ejecución o absolución en el tristemente célebre “corredor de la muerte” de una cárcel texana, su caso trascendió las fronteras, llegando hasta la OEA y el Vaticano y habiendo motivado una modificación legal que lleva su apellido. Saldaño, el sueño dorado ayuda a reinstalar el caso Saldaño en la consideración pública, intentando echar luz sobre la lógica que rige el sistema legal estadounidense, la pervivencia de la pena de muerte, el racismo hecho ley en ese país y, como marco de todo eso, la clase de pesadillas a las que el Sueño Americano suele dar lugar. Temas que, más que desarrollar, apunta al paso, dejándolos picando.“Los sistemas legales son producto de las creencias religiosas de cada país –afirma el penalista Raúl Vega, que lleva adelante la causa Saldaño–. En un país como Argentina, mayoritariamente católico, el sistema da lugar a la clemencia. En países protestantes como Estados Unidos, en cambio, el castigo a la infracción es esencial.” Muy joven, Víctor Hugo Saldaño partió de su casa sin despedirse de los suyos, recorriendo toda América a dedo y cruzando de modo ilegal la frontera estadounidense. Radicado en Texas, tras un intento de robo junto a un cómplice (a quien su madre presume como instigador) asesinó a un hombre de cinco tiros. Fue detenido y condenado a muerte, en un estado en el que el rigorismo protestante rige de modo inapelable (en ese momento el gobernador era George Bush, para más datos).Defendido por un abogado de oficio que ni siquiera hablaba su idioma, fue condenado a muerte. La intervención del consulado argentino dio pie a una primera apelación, basada en el racismo inherente a las leyes del estado de Texas. Un segundo juicio ratificó la condena. Ante el pedido de clemencia por parte de la OEA, el Vaticano y varias ONG, desde hace más de quince años la aplicación se mantiene en un limbo, con Saldaño preso, y perdiendo la razón, en una celdita de 2 x 2. Más que un documental de investigación, Saldaño, el sueño dorado es uno de información, basado sobre todo en testimonios de la madre y abogados del protagonista. Puesta en escena de modo primario, la ópera prima de Raúl Viarruel exhibe, como material de valor específicamente cinematográfico, fragmentos de grabaciones tomadas por la cámara de seguridad de la celda. En ellos puede asistirse al interrogatorio de un policía hispanohablante y la posterior declaración firmada por el incriminado. “No creo en Dios, creo en los dólares”, afirma un poco cauto Saldaño allí. A la hora de la condena, el testimonio de ese policía, aparentemente tan amigable, terminaría resultando la prueba clave.Un par de datos erizan los pelos. Uno es que el sistema legal texano, vigente sin modificaciones desde el siglo XIX, incluye la pregunta por la raza del detenido, considerándose de mayor peligrosidad a los no caucásicos. Ese es el punto que “The Saldaño Bill” eliminó. El otro lo cuenta el ex cónsul argentino en Estados Unidos, Horacio Wamba. Durante una de sus visitas a Saldaño en prisión, por los megáfonos se instó a los “muertos que caminan” (léase los condenados a muerte) a ponerse de pie. “It’s showtime”, dictaminó la voz. El show es cada una de las ejecuciones.