Presentada en la edición 2012 del Bafici, el estreno de Salsipuedes es, sin dudas, tardío, pero de alguna manera oportuno: se produce justo en un momento en el que el "cine cordobés", del que se viene hablando hace algún tiempo, tiene no una sino dos películas en el Festival de Berlín que termina este fin de semana: Ciencias naturales, de Matías Lucchesi, y Atlántida, de Inés Barrionuevo. Salsipuedes es una película pequeña: poca duración, pocos personajes, pocas locaciones. Nos presenta un paisaje de sierras, árboles, un camping. Hay una pareja en una carpa. Con velocidad -la película es sintética, compacta-, pero sin trazos gruesos, nos llegarán signos evidentes de que llamar pareja a esa pareja es un error, es inexacto: aquí no hay igualdad alguna. No hay respeto, sino subordinación. El hombre ejerce el lugar del poder, y lo hace mediante la violencia. La mujer está atrapada.
El título de la película es la indicación de un lugar determinado, y también la indicación de una situación desesperada, asfixiante. De la violencia doméstica vemos los rastros, las huellas, los detalles reveladores. Y entendemos la persistencia de esta situación: éste es un tiempo de vacaciones y lo sabemos no muy distinto del resto del año, de la vida cotidiana. No hay excepcionalidad alguna aquí, el propio tono de la película nos lo indica. Salsipuedes -ayudada notablemente por la actuación en clave contenida de Mara Santucho- presenta con claridad su tema y establece su alcance y sus límites como película ejemplar.
Carmen y Rafa son la encarnación de uno de los tantos fracasos sociales argentinos ya institucionalizados, tipificados. Sin embargo, Salsipuedes está lejos de ser una película vociferante, de denuncia frontal y explícita. Tampoco se aprovecha de la violencia y de su posible valor de shock. La película toma otros caminos: busca en los gestos, en los disimulos, en los ocultamientos, en la resignación, en la blandura de la familia cercana. Y encuentra cinismo, sopor, indolencia. Una tristeza inunda esta película limitada por su propia condición casi microscópica, su decisión de contar un fragmento concentrado en ese ambiente y en ese tiempo. En su ópera prima, Mariano Luque apuesta por la fluidez narrativa. Y sus resultados son mayormente exitosos, a pesar de cierta tendencia a la concentración excesiva en algunos detalles y a su apuesta por los primeros planos, que pueden ser un arma de doble filo: ofrecen enormes posibilidades expresivas, pero en este caso recortan a la vez demasiado el gesto y por momentos aíslan a los personajes, los desconectan visualmente de este paisaje bucólico devenido escenario perturbador.