Imitando a Nemo
Tres años después del film original Las aventuras de Sammy -que sumó en la Argentina la nada despreciable cifra de 230.000 espectadores- llega esta secuela que resulta demasiado parecida a Buscando a Nemo. En este caso, claro, con tortugas marinas en lugar de peces. Sammy y Ray son atrapados por traficantes de especies marinas que los venden a un excéntrico millonario dueño de un espectacular acuario de Dubai. De allí tratarán de escaparse con la ayuda de peces, langostas, caballitos de mar, pingüinos y -también- con la de los jovencitos Ricky y Ella, que llegan para ayudarlos (aquí no es un adulto que trata de rescatar a un pequeño sino de manera inversa).
La animación es correcta (con un uso un poco efectista e invasivo del 3D) y vistosa (llena de colores, claro), pero se trata de una inversión de mucho tiempo, dinero y esfuerzo puesta al servicio de imitar al cine norteamericano (Pixar en este caso). Me encanta la posibilidad de ver cine de animación no hollywoodense, pero justamente cuando esas propuestas salen del molde, de la receta, de la fórmula, cuando intentan narrar una historia propia con alcance universal (¿conseguirá Metegol, de Juan José Campanella, algo así?). Aquí, en cambio, el resultado es exactamente el opuesto. O sea, menos de lo mismo.