¿Por qué tan serio?
Las dos figuras alrededor de las que giran las promociones de Sangre y amor en París (no era tan difícil respetar el título original, aunque De París con amor tampoco tiene mucho atractivo) son el de Pierre Morel, director de Búsqueda implacable, y el de Luc Besson, productor de El transportador, además de director de Azul profundo, Nikita y El perfecto asesino. El único nombre realmente interesante es el segundo, ya que a pesar de ser desparejo e incluso algo parecido a un mercenario cinematográfico, posee capacidad y noción de lo que debe entregar una película de acción.
Durante su primera parte, el filme de Morel se muestra como un producto de acción decente. Se focaliza en una historia muy básica, prácticamente una buddy movie, en la que James Reece (Jonathan Rhys Meyers), un aspirante a agente de campo de la CIA en París, debe lidiar con Charlie Wax (John Travolta). Este último es el mejor en lo suyo, sólo que es capaz de arrasar con la mitad de la ciudad en pos de lograr su objetivo. En este caso, arrasar con una fuerza terrorista. Durante este tramo, las escenas de acción y pelea funcionan, y algunos chistes hasta causan gracia.
El problema surge cuando el filme pretende ponerse en reflexivo, político y trágico, cuando el tono disparatado le estaba dando resultados. Si al inicio el protagonismo era de Travolta -como una reversión más hosca y ruda del transportador encarnado por Statham-, luego el centro de la trama pasa a ser el personaje de Jonathan Rhys Meyers y su relación de pareja, que sirven de excusa para un mensaje ideológico bien de derecha, al igual que en Taken. Si Arma mortal -por citar un ejemplo similar- podía hablar desde el drama porque la convivencia con la pérdida era una de las características principales de los personajes, en Sangre y amor en París esto se percibe como totalmente arbitrario, porque viene desde fuera del relato.
Para colmo, luego de un desenlace de los hechos cursi, poco creíble e incoherente, From Paris with love pretende retornar al tono jocoso y despreocupado del comienzo, como si nada hubiera pasado en el medio. Pero ya no se puede, es prácticamente ofensivo para con el espectador. Esa doble moral es lo peor de un filme que, sin esta bipolaridad narrativa a lo sumo sería intrascendente.