La pequeña Debbie Harry no puede ser feliz
Dentro del lote de las películas malas hay películas desastrosas, películas tímidas, tontas o irremediables; incluso películas que se podría calificar de malvadas. Si decido quedarme responde posiblemente a otra categoría, por cierto no menos contundente que las anteriores. Además se encarga de demostrarnos –con un dejo descorazonador que solo es pasible de ser captado por un espectador lleno de fe– que las peores películas pueden tener también, a veces muy lejos, en algún momento perdido, su costado querible. ¿A qué grupo pertenece una cosa como Si decido quedarme, entonces? Probablemente a la especie de las películas cobardes. Vamos a ver. El director cuenta la historia de un chica adolescente con padres que alguna vez fueron rockeros, que se inclina por la música clásica, conoce en la escuela a un chico huérfano que toca en una banda de rock, se pone de novia y progresa en sus estudios del violoncello, al punto que consigue ser aceptada en Julliard, la famosa escuela de música de Nueva York. La voz de la protagonista guía el relato desde el plano número uno, como una pequeña hada perteneciente a la estirpe de los niños sabios, siempre un poco tristes, de esa tradición americana que tiene su hito en Salinger y se extiende más que nada, a veces enojosamente, a una porción importante de las comedias del cine independiente de los Estados Unidos. Si decido quedarme tiene algunas escenas logradas, quizá medio ñoñas pero efectivas, que contribuyen a cartografiar emocionalmente el relato, como aquella en la que un asado culmina con una sesión musical improvisada entre los jóvenes novios y los amigos invitados de los padres, ex rockers cuarentones que no han perdido todavía las mañas. O cuando la chica asiste a una fiesta disfrazada de Debbie Harry con la ropa que usaba su madre de adolescente. A los responsables de la película, sin embargo, se les ocurre que la chica tenga un accidente de auto en el que pierde a toda su familia y queda en coma. No estoy revelando casi nada, porque esto pasa en los primeros minutos y la narración está dispuesta como un vaivén entre el presente y el pasado de la protagonista. Si decido quedarme le da un cachetazo presuntamente realista al espectador, una forma de contrastar las aventuras mínimas de sus personajes con una dosis de sordidez inconducente. La película podría haber alcanzado un status de gloria modesta, entonces, ligera y orgullosa de su material, pertrechada con esa gracia un tanto risueña y también desesperanzada que exhiben los relatos de amores que se pierden y se encuentran pero pueden, de un minuto a otro, volverse a perder. O haberse concentrado en las oscilaciones venerables del coming of age, sus brillos apenas perceptibles, el arrebato de independencia en la que la chica tambalea, como si se deslizara por un plano inclinado, al tiempo que vislumbra las penas de la adultez sin reconocerlas del todo, con ese regusto agridulce con el que aquello largamente anhelado ingresa en la vida y ya se ha hecho demasiado tarde para volver atrás y no haberlo deseado nunca. La truculencia absurda del guión de la película, levantada a despecho del encanto de los actores (no es ninguna novedad que Chloe Grace Moretz es un prodigio), de las tonterías más o menos pertinentes en forma de comentario sobre la historia del rock, y de la hermosa luz crepuscular que inunda siempre los planos, parece diseñada para simular un tono de madurez, un relieve adusto destinado a informarnos que las comedias románticas no pueden ser solo eso. Si decido quedarme no nos trae noticias tristes acerca de cómo es la vida de este lado de la pantalla: los que somos adultos ya sabíamos que la muerte acecha en cada recodo del camino y que todo puede evaporarse de un minuto a otro. La película parece en realidad nutrirse de una cierta falta de confianza en las propias fuerzas que se hace pasar por malestar, por drama, por mirada adulta que reprocha la jovialidad insensata de esa familia tan simpática. Si decido quedarme es un poco falsa y un poco desalmada cuando debió ser solamente irresponsablemente feliz.