La épica de una pequeña gran actriz
Chloë Grace Moretz tiene apenas 17 años y unas 50 participaciones en películas, series, telefilms y videoclips. En Carrie, Sombras tenebrosas, Kick-Ass, La invención de Hugo Cabret y Déjame entrar ya había demostrado toda su ductilidad, sus múltiples matices interpretativos. Este año, descolló en Cannes junto a Juliette Binoche y Kristen Stewart en Clouds of Sils Maria, de Olivier Assayas. Y ahora llega Si decido quedarme, tearjerker en la línea de Bajo la misma estrella que la tiene como protagonista casi exclusiva.
Soy de los que creen que los grandes intérpretes se aprecian sobre todo en las malas películas. No digo que Si decido quedarme sea especialmente mala, pero su material, sus conflictos, su tono, sus diálogos, su “mensaje” son una pesadísima carga para cualquier actriz y, en ese sentido, es conmovedor ver la capacidad, la cantidad de recursos que Chloë expone para luchar, sostener, enaltecer y, de alguna manera, redimir a un melodrama romántico demasiado obvio, torpe y con elementos propios del realismo mágico que la dejan al borde del ridículo.
Mia (Grace Moretz) es una estudiante secundaria bastante tímida y con las típicas inseguridades de toda adolescente de 17 años. Su pasión -para sorpresa de sus padres “rockeros” (Mireille Enos y Joshua Leonard)- es el violonchelo, instrumento al que le dedica buena parte de las horas del día. Su perseverancia y su capacidad la llevan a estar a las puertas de la mismísima Juilliard. Hasta sus progenitores y su hermano menor (Jakob Davies), que admiran más al punk que a la música clásica, a Iggy Pop antes que a Franz Schubert, la apoyan ante semejante muestra de obsesividad y talento. Y allí aparece Adam (Jamie Blackley), el galán de turno, el guitarrista, cantante y líder de una banda de rock en pleno ascenso, para conmover a la chica e iniciarla en los caminos del amor. Hasta aquí, una típica historia de iniciación y enredos afectivos juveniles.
Pero la película -basada en una exitosa novela de 2009- nos tiene reservados una “sorpresa”, un hecho trágico (un choque automovilístico en una ruta nevada de Oregon) cuyo desenlace es mejor no adelantar. Y es en esa segunda parte donde sobrevienen todos los excesos lacrimógenos y no exentos de sadismo, la veta espiritual, los golpes bajos y los momentos más (involuntariamente) risibles de la trama. Pero, incluso cuando todo se derrumba, allí está Chloë (acompañada por el inmenso Stacy Keach como el abuelo) para ofrecer su corazón, su dignidad y salvar(se) a (de) una película que la desmerece y que ella trasciende por mucho. La épica de una pequeña gran actriz.