Amor, tragedia y golpe bajo
Siempre acecha la tentación de mofarse de las películas dirigidas tan teledirigidas al mercado adolescente. El crítico quizá deba hacer el esfuerzo por no exacerbar su fastidio frente al excesivo simplismo de algunas situaciones, frente a la presentación de eventos triviales o no tan importantes a la luz de la adultez. La adolescencia o más bien los personajes adolescentes se juegan en blancos y negros, picos de alegría y pozos de tristeza. La intensidad emocional se hace presente con una frecuencia difícil de encontrar en otras etapas de la vida. Y el cine que apunta a esa edad puede permitirse ignorar grises y avanzar con lo suyo. Todo eso ya lo sabemos, y ponemos la mejor buena voluntad ante y antes de Si decido quedarme. La joven protagonista Chloë Grace Moretz tiene una carrera variada y notable (desde Kick-Ass hasta Clouds of Sils Maria, de Olivier Assayas) y nació en 1997. Adecuada para el papel, incluso logra que por momentos le creamos. También está Stacy Keach, actor fundamental del cine de los setenta, que supo ser un horrible villano en la magistral El juez del patíbulo,de John Huston, y aquí es un abuelo bonachón. Moretz, Keach y la ambientación en Portland (pero, en realidad, como tantas otras películas, filmada en Vancouver, Canadá): ahí tienen con qué intentar soportar esta película de una notoria falsedad, que muestra a una familia encantadora, una hija adolescente (Mia, o sea Moretz) violonchelista que espera la respuesta de Juilliard, todo en ambiente cool-hipster-música-tolerancia-todo un encanto. Ese mundo se interrumpe con un accidente grave que se define, en términos de encuadre, con un bosque nevado y el cielo: Mia queda en coma, pero por la magia del cine la vemos separada de su cuerpo que yace en la camilla, en aparición invisible para los otros personajes, pero visible para el espectador. Y la escuchamos, si hasta nos va contando cosas de su vida anterior al accidente, sobre todo de su historia de amor con el chico sensible, lindo, amable y rockero. Entre el hospital y el pasado, se nos presentan situaciones de alta emocionalidad algunas amables, otras trágicas, todo filmado con luz muy bonita y la misma impersonalidad con una impudicia extrema. La película basada en una novela bestseller de Gayle Forman intenta emocionar a como dé lugar. De esta forma apela no sólo a la musicalización más chantajista que sería lo de menos-, sino además a iluminaciones del más allá, a las obviedades más repulsivas (cuando ya está claro lo que está sucediendo hay siempre un personaje que resume la situación y echa más agua sobre lo cristalino), a acumular golpes bajos y a reforzarlos con flashes que espantarían hasta al más inescrupuloso publicitario. Así, mientras la protagonista se debate entre la vida y la muerte, la película que la explota sin pudor alguno se permite todo para no lograr absolutamente nada.