Cine que adolece de cine
Hasta ahora me había mantenido bastante ajeno al fenómeno de las adaptaciones de novelas para jóvenes adultos. La única saga que me ha interesado es Los juegos del hambre; vi sólo las dos primeras entregas de La saga Crepúsculo (y con eso me bastó); no vi La huésped, Hermosas criaturas, Cazadores de sombras: ciudad de hueso, Divergente o Bajo la misma estrella. Por eso, el poder ver otro exponente de esa tendencia, como es Si decido quedarme, me servía para compensar esa falta, aunque sea por mero interés antropológico.
Con sólo ver los avances previos, se puede llegar fácilmente a la conclusión (y sin equivocarse) de que Si decido quedarme comparte con los films antes mencionados el ser una película de diseño, que no gira tanto en función de reglas genéricas (aunque inevitablemente recurra a ellas) como de un horizonte de espectador, de un target determinado. Y lo más importante, se le nota claramente un objetivo, que no sólo es el reproducir modelos mentales e ideológicos, sino también producirlos. Como los demás, cuenta con una ventaja extra, que es la de poseer un público cautivo, que roza incluso lo acrítico, lo que le da el impulso necesario para buscar convertirse en un acontecimiento extra y pre-cinematográfico.
Todo lo anterior lo digo porque a Si decido quedarme -con su historia centrada en Mia Hall (Chloe Moretz), una joven que, tras un accidente automovilístico casi fatal que la deja en coma, queda en una especie de limbo espiritual entre la vida y la muerte, teniendo que decidir entre partir al más allá o quedarse en este mundo- se le notan demasiado las costuras, los cálculos, la automatización en función de lograr determinadas reacciones en el público. Sólo en determinados momentos se permite ser espontánea, abandonando la mecanización, para explorar de forma más profunda y arriesgada las inseguridades y deseos de su protagonista. En cambio, en la mayoría del metraje necesita poner permanentemente todo en palabras, ilustrando sucesos, sensaciones y deseos a través del habla, con frases sentenciosas y pomposas que harían sonrojar a Jorge Bucay, sin confiar en el poder de las imágenes y hasta introduciendo personajes simplemente imposibles en su concepción (la enfermera que le habla a Mia mientras está en coma es el colmo de lo inverosímil). Así, el romance de Mia con un joven llamado Adam, que nace a primera vista y es atravesado por numerosas contratiempos, como la diferencia de edad -él es un año mayor que ella- o las carreras de ambos -él como integrante de un grupo de rock en pleno ascenso, ella buscando iniciar una carrera como chelista-, jamás adquiere espesor, sin conmover o conseguir empatía. Pero la torpeza -tanto desde el guión de Shauna Cross (que había hecho mucho mejor las cosas en Whip it) como desde la dirección de R.J. Cutler- no se queda ahí y pesa mucho más en todo lo correspondiente al drama hospitalario, que hasta termina hundiendo la performance de Moretz, que espero que entre este film y Carrie no haya iniciado ese tétrico camino que la conduciría a ser otra Lily Collins. Los que sí consiguen esquivar el desastre (y vale la pena mencionarlos) son Mireille Enos y Joshua Leonard, quienes desde sus papeles de los padres de Mia le quitan solemnidad al asunto, haciendo todo simple; y especialmente Stacy Keach, que con una honestidad asombrosa logra conmover en un pequeño monólogo.
Lo peor de la película (y probablemente también del libro) es que no tiene ningún prurito en acumular tragedias con una arbitrariedad llamativa, por puro efectismo, mientras a la vez sostiene una visión romántica que ni siquiera es edulcorada, sino más bien pasteurizada. No es tanto que no se muestren las escenas de sexo; eso se puede entender por ciertas necesidades de mercado. El problema es que jamás se percibe la tensión, la excitación, el amor entre los cuerpos. Si decido quedarme se muestra de esta forma como una película adolescente, pero en el peor sentido del término: adolece de la energía correspondiente a una puesta verdaderamente cinematográfica, sus piezas no llegan a encajar en el montaje, nunca llega a completarse a sí misma. No es “joven” sencillamente porque no tiene identidad. Por eso las preguntas un poco incómodas persisten: ¿por qué este (no) cine (y la literatura de la que proviene) sigue gozando de relativo éxito? ¿Qué es lo que buscan y encuentran en él sus espectadores? ¿Es sólo un problema del público o también de los críticos?