Ejercicio para ciudadanos
Un incidente, un accidente y un malentendido cruel desembocan en la tragedia de Sin retorno, la película de Miguel Cohan. El director eligió para su opera prima un tema en carne viva: la muerte en la calle seguida de abandono de personas. Un primer acierto de Cohan, que aprendió el oficio junto a Marcelo Piñeyro, de quien fue asistente de dirección, es el tratamiento del hecho que aparece todos los días en la crónica policial. Con los elementos que el espectador reconoce a fuerza de haber naturalizado la noticia cotidiana, Cohan logra un thriller impecable.
Un muchacho sale de una fiesta a buscar hielo y atropella a un ciclista. Huye. Minutos antes, por la misma esquina pasó un hombre que viene de trabajar. Es humorista y vuelve a su casa. El ciclista regresaba de visitar a su padre y se ha conducido de manera imprudente. El cansancio, el celular y la noche participan en la tragedia. Sin retorno va trazando los recorridos del culpable, del chivo expiatorio y el padre del atropellado, hasta que sus vidas se cruzan, fogoneadas por instituciones tan irresponsables como los individuos que las dirigen.
A partir de un hecho que el espectador puede evaluar rápidamente, la respuesta de cada uno de los implicados arma una red de mentiras, trucos, comodidades e indiferencia que Cohan plantea con eficacia. El elenco es soberbio. Gran trabajo de Martín Slipak (Tratame bien) que actúa mano a mano con Luis Machín, su padre en la ficción. Sbaraglia transforma a su personaje en un hombre quebrado, con economía de gestos y notable trabajo interior. Lo mismo ocurre con Ana Celentano y Federico Luppi.
Sin retorno tiene un ritmo y una tensión constantes y crecientes. El problema de conciencia es una madeja que ha perdido la punta y la verdad, un valor que quedó en el camino. Tanto la policía como la fiscalía buscan cerrar el caso que quema las manos porque la televisión armó el show. El espectador se involucra no sólo por el realismo de las situaciones, sino también, porque los elementos se exponen sin furia, pero con convicción. Es el cine que da gusto ver.