Sin retorno recupera lo mejor del cine de género.
Comandado por productoras masivas que dominan el mercado cinematográfico a su antojo, el cine de género ha caído, ya desde al menos dos décadas, en los recursos reiterados, la sobre-explicación y la valoración dicotómica, siendo estos dos de los peores síntomas del desprecio que sienten por el público. Es por ello que la película de Miguel Cohan tiene el valor adicional de recuperar algunos de los mejores gestos de la tradición del relato negro: la austeridad narrativa y el vacío valorativo.
En una película en la que hasta el muerto tiene responsabilidad en el accidente que le produce el deceso, la trama interroga e interpela con inteligencia, y sin el menor rasgo de soberbia, al espectador.
Dos hombres distintos, pero que seguramente podrían comportarse de manera similar ante igual situación, son protagonistas de sendos accidentes de tránsito que tiene una sola víctima. Uno de ellos lo mata y el otro termina preso por la muerte. El que queda libre, un joven estudiante de arquitectura de una familia de clase media alta, se debate con su culpa, su miedo y una familia que hará lo imposible para garantizarle la libertad. El otro, hombre de clase media venida a menos, hará lo que pueda para demostrar su inocencia.
El padre de la víctima querrá encontrar al culpable y en ese camino por las calles, la búsqueda de testimonios y la demanda de justicia, con la ayuda nada despreciable de los medios, le apuntará al culpable equivocado. Y con la televisión a cuestas, no habrá juez dispuesto a sostener la duda razonable que sirva absolver a quien está condenado aun antes del juicio. En el medio, aparecen una trama de abogados más o menos consecuentes con las trampas legales, un inspector de seguros que, luego de “jugar a Columbo”, revela la mezquindad de sus intereses y una situación carcelaria que, contada apenas en minutos, da cuenta de las implicancias permanentes del encierro.
Todos son culpables en alguna medida de los hechos que se cuentan. Y todos son, en alguna medida, personajes capaces de hablar de un modo u otro a los espectadores. Todos ellos llaman a un rincón secreto de cada uno de nosotros. Eso es clave para comprender la esencia del relato negro. Los personajes son personas del común que se comportan como tales. Cohan construye un guión preciso y ajustado. Las relaciones intra-familiares, que son centrales en la historia, aun cuando no son el centro de la trama, están perfectamente trabajadas y contadas con una sutileza que merece ser destacada.
Sin retorno es una película que apela a la tensión narrativa permanente y la construcción de un espacio de angustia del que es difícil escapar. Esta condición, que parece inseparable de la condición urbana, atraviesa el relato de punta a punta. Lo policial de la historia articula los distintos niveles del relato.
Cohan logra además acompañar a los actores a que encuentren el tono justo para sus personajes. Lo que con un elenco tan importante con el que cuenta, es también destacable.
Sin retorno recupera lo mejor del cine de género, lejos de las pobres imitaciones del cine industrial hollywodense. En oposición a ese cine pobre de talento y ambición, Sin retorno es una película que incluye lo social, lo urbano, lo personal y lo moral en un policial que sostiene el interés permanente del espectador.