Buena en papeles
En algún capítulo de Sex and the city, de esos que repiten todo el tiempo en el cable, se establece la sabia categoría de ”hombre bueno en papeles”. Según Carrie Bradshaw existen tipos cuyos antecedentes, listado de cualidades y atributos son casi perfectos y resultan candidatos apetecibles para cualquier dama. Sin embargo, al momento del encuentro y frente a la cruel verdad de las relaciones amorosas, inmediatamente la interesada descubre que la cosa no va a funcionar, que hay algo indiscernible, una arbitraria cuestión de piel que boicotea el proyecto. La situación es injusta pero inapelable: el señor bueno en papeles debería gustarle pero no le mueve un pelo, tendrá buenos antecedentes pero no sirve para el caso concreto.
Una categoría como ésta podría trasladarse perfectamente al terreno del cine, y de hecho voy a echarle mano para describir el efecto que me producen películas como Sin retorno. La ópera prima de Miguel Cohan, el otrora asistente de Marcelo Piñeyro, tiene una serie de virtudes que hay que mencionar si se quiere hacer una reseña justa, pero que, al momento del balance final, no alcanzan para redondear una película que la deje a una contenta.
Empecemos por reconocer que la historia del chico que atropella, mata, huye y deja que un inocente sea incriminado en su lugar está contada de manera precisa y solvente. No hay lugar para discursos de moralina y no existen parcialidades. Presentada de forma coral, hay tiempo para comprender a los personajes y sus motivaciones. Todos son gente normal en situaciones horribles, cuyas debilidades les hacen tomar decisiones equivocadas. Si hubiera que encontrar villanos en Sin Retorno, tal vez no los encarnarían los individuos sino las instituciones: la policía vaga e inoficiosa, los medios llenando las interminables horas de aire con desgracias ajenas, y la Justicia que trata de sacarse de encima los temas que queman aunque no esté demasiado convencida de la equidad de sus decisiones. Gracias a esa moderación narrativa todos entendemos que podríamos, con un poco de mala suerte, vernos de repente en los zapatos de cualquiera de los protagonistas.
También hay que conceder que casi todas las actuaciones son buenas y hasta Leonardo Sbaraglia (sospechado a priori por su “profundidad” y “método” de creerse el Alfredo Alcón del siglo XXI) presenta un perfil sobrio cuyo rostro se va desmejorando escena tras escena y nos hace presumir (gracias a Dios, sin verlo) el derrotero de humillaciones y desgastes que le provocaron un juicio injusto y varios años en la cárcel. Por último, admito que la película resulta entretenida, mantiene la atención del espectador desde el comienzo e incluso hace algún intento de suspenso que funciona hacia el final.
No obstante, y aunque con todo este recuento debería presumirse la conclusión de una experiencia satisfactoria, como decía antes, al salir de cine mi cara no era de entusiasmo; más bien lucía una media sonrisa torcida producto de la leve desazón de haber visto algo tibio, que no alcanzó para conmoverme. Puedo dar algunas razones para el rechazo: quizás habrá sido el nombre neutro de la película, “Sin retorno”, que suena a traducción de distribuidora y hay que googlear miles de veces para no confundirla con otros títulos parecidos. Quizás la excesiva corrección formal o el parentesco casi simbiótico de sus imágenes con el lenguaje televisivo. O tal vez su falta de originalidad, quién sabe…Pero lo cierto es que simplemente, por esas cosas que, como la selección de un galán, tienen que ver más con la sensibilidad que con la razón y no se pueden explicar (acá confieso mi impericia como crítica) no pude conectarme con esta película de la cual ni siquiera puedo hablar mal con convicción pero que, aunque buena en papeles, por lo menos para mí, terminó siendo un fracaso en el arte de la seducción.