Vivir para contarlo El documental de Hernán Belón se centra en una mujer centenaria. No hay muchas personas que lleguen a vivir cien años. Y, seguramente, son muchísimas menos las quellegan a esa edad con la vitalidad, la frescura, la inteligencia y el carisma que tiene en esta película Sofía Yussen. El documental de Hernán Belón, Sofía , es un repaso, un recorrido, por la vida de esta espléndida mujer en las semanas previas y en los festejos del centenario de su vida. La película no intenta trazar una historia de vida completa. Son partes, retazos: hijos, nietos, sobrinos y sobrinos nietos entran y salen de la vida de Sofía, comparten con ella momentos –reuniones, almuerzos, charlas, situaciones cotidianas- mientras el espectador observa cómo la mujer, con su andador a cuestas, se maneja con la suficiencia y hasta la ironía de una persona que podría tener la mitad de su edad. Si bien el filme es algo caótico y poco claro narrativamente, con el correr de los minutos vemos que es un tema secundario. Todos esos personajes que departen con la centenaria mujer juegan roles diferentes y pronto sabremos quienes sí son claves en su vida. Su hermana, que la acompaña casi todo el tiempo y con la que vive “peleándose” (tiene 95 años) y uno de sus hijos, cuya relación abre la puerta a lo que es el segmento más emotivo del filme y que tiene que ver con la pérdida (desapareció durante la dictadura militar) de otro hijo suyo, un trauma que Sofía, si bien disimula con su permanente bonhomía, se nota que la perturba al punto de llorar al instante cada vez que se lo menciona. Sofía es tan activa que termina siendo, casi, su propia enemiga, al caerse varias veces, romperse la cadera y terminando internada apenas unas semanas antes de su esperadísimo cumpleaños, ya que le cuesta permanecer quieta. Sus respuestas por momentos ácidas (cuando le preguntan qué desea para el festejo, por ejemplo; o cuando le dice a Juan Minujín porque no le gusta que le den besos en la mano), su ternura mezclada con una personalidad que se adivina también fuerte, la convierten en uno de esos personajes inolvidables. Del cine, sí, pero más que nada de la vida. Es un placer conocerla.
Amar a una mujer centenaria El documental de Belón es uno de esos casos donde no se necesita de una estampa de top model para sentir que es mucho lo que se ofrece, que hay tanto por compartir. Y donde se encuentran sentidos y significados ocultos que van más allá de la superficie. No es una idea descabellada pensar que muchas veces es posible acercarse a una película como a una mujer (las mujeres tal vez puedan pensarlas en masculino, como films). La belleza formal es apenas una primera capa superficial que encanta en lo inmediato, pero que no necesariamente conseguirá deslumbrar ni llegará a generar esa necesidad de más que permite a ese primer nivel desbordar hacia el siguiente. Es ese estado que a veces se llama amor (pero que también tiene otros nombres, menos solemnes, más pragmáticos) e implica una comunión más profunda, íntima, en la cual las fibras sensibles de un individuo y otro alcanzan un estrecho nivel de armonía. En el cine también hay algo físico, formal, que puede resultar atractivo a primeras vistas, pero que nunca alcanza por sí mismo para conquistar al espectador. Es necesario mucho más para que una película consiga penetrar hasta el hueso; pero cuando lo hace –como en el amor o como se llame–, hasta lo formal deviene accesorio. El documental de Hernán Belón, Sofía cumple 100 años –que no por casualidad tiene nombre de mujer– es uno de esos casos donde no se necesita de una estampa de top model para sentir que es mucho lo que se ofrece, que hay tanto por compartir. Desde la primera escena se percibe que hay en ella sentidos secretos, un significado sobrepasa lo dicho, lo filmado, lo editado. Un sentido más allá del primer nivel superficial de la mera sinopsis. Es por eso que enseguida aparecen preguntas, éstas u otras, que cada quien deberá tratar de responder. ¿Qué es lo que quiere contar una película que retrata a una mujer que está a punto de cumplir 100 años? ¿Qué pueden significar los 100 años de Sofía para una nación que apenas ha cumplido 200? Y sí, tal vez se trate de eso, de la memoria. Pero no de los recuerdos petrificados de la letra escrita, del bronce o del óleo. Se trata de la memoria todavía viva, en construcción, esa que requiere estar atento para no permitir que todo se escurra hasta el fondo del mar del tiempo. Eso parece querer decir la mencionada primera escena. Todo ocurre en un comedor, frente a una mesa de desayuno, con el sonido de los pájaros mañaneros muy de fondo. Sentada de frente a la cámara, Sofía se pone sus audífonos. Primero el de su derecha y así sucede el milagro: también sube para el espectador el volumen a la izquierda del estéreo y los pájaros se escuchan ahí más fuerte. Lo mismo ocurre cuando se calza el aparato en la otra oreja: con ese truco simple se presenta un nuevo mapa sonoro, más nítido, más claro, más rico. Sólo se necesita atención y las herramientas adecuadas para que los detalles de la vida no se pasen así, opacos y sin huella. Y la memoria comienza a cobrar sentidos diversos, que vienen a entrelazarse en tres dimensiones para ir ganando cada vez más profundidad. Primero Sofía le dice a su médico, en una revisión casi rutinaria, que ha comenzado a tomar Memorex porque siente que viene “más o menos con los recuerdos”. Sin embargo, a partir de allí Sofía, tan lúcida a sus 100 como cualquiera de los críticos de este diario, comienza a demostrar que su memoria funciona perfectamente. Recordará cómo conoció a su marido en 1932; la traumática muerte de su padre durante el terremoto de San Juan en 1944; su casamiento en el ’45; los nacimientos de sus hijos, de sus nietos; revivirá como una adolescente viejas disputas infantiles con Berta, su hermana menor, a partir del sentido de tal o cual foto tomada durante la niñez de ambas. Entra en escena entonces la desaparición de uno de sus hijos, el exilio de toda la familia en Brasil, entre 1977 y 1984, y con todo eso llega el dolor, un motivo válido para no querer perder esa memoria que funciona bien, aunque no gracias al Memorex. Será que en realidad lo que más teme es olvidar, que el olvido es peor que la muerte, esa desmemoriada amiga de Sofía, que para alegría de todos se olvidó de pasarla a buscar. Otra de las historias de Sofía vuelve sobre el tema de la mejor manera posible: hablando de otra cosa. Cuando una de sus nietas le pide que revele cuál era el secreto para seguir teniendo relaciones sexuales con su marido, hasta que él murió a los 88 años, ella responde intencionada: “Será que con tu abuelo no hablábamos de sexo. Lo practicábamos”. No alcanza entonces con hablar para sostener la memoria; tampoco con Memorex: la memoria se practica todos los días. Como amar a una mujer, aunque tenga 100 años.
La mujer centenaria Hernán Belón, quien ya había incursionado con El tango de mi vida (2009) en el documental de observación con tinte humorístico, irrumpe con una propuesta que para muchos puede sonar extraña pero que cobra fuerza a medida que la historia transcurre, filmar los meses anteriores al centenario de Sofía. Sofía es la capital de Bulgaria, Sofía es la Reina de España, Sofía es la Loren, la hija de Moria Casán, de Francis Ford Coppola y de Anibal Pachano, también es una película de Alejandro Doria con Dora Baret, una actriz y ex modelo de apellido Vergara, una RRPP de Argentina y alguna perra que algunos conocerán. Pero ninguna de estas Sofía es la que cumple cien años. Sofía es una mujer común que vivió un siglo de historia y que fue atravesada por buenos y malos momentos, resistiendo gracias al humor y al amor de los que la rodearon. Sofía, cumple 100 años (2009) se encuadra dentro del estilo documental que se dedica a observar ciertos momentos de un hecho sin llegar a involucrarse de manera directa en él. De esta forma, el realizador decide empezar a filmar el periodo que antecede al cumpleaños de la protagonista y así reconstruir parte de su vida, sin por eso recurrir a la típica narración formal o a la entrevista de quienes sólo van a hablar bien. Cada uno de los personajes que incursionarán en la escena serán quienes desde sus actos o los recuerdos nos vayan ofreciendo un bosquejo de quien fue esta mujer, testimonios que bien podrían ser utilizados como un nexo para contar la historia argentina. Hábilmente Belón no se corre del lugar prefijado y en lugar de convertirla en mártir o portavoz de la historia nacional la humaniza aún más de lo que pareciera a simple vista, tiñéndola de un halo humorístico como muy pocos se atreverían hacerlo, sin por eso caer en la burla o el ridículo. Esta forma de encarar el relato, el autor, ya la había utilizado en El tango de mi vida con un resultado más que satisfactorio, algo que ya parece ser marca registrada en él. Apelando al formato del reality show sigue a la protagonista como si fuera invisible, pero no mostrando su costado más mórbido sino el humano y reflexivo. Evitando caer en el lugar común, el típico video familiar o el solemne homenaje, Sofía, cumple 100 años es sólo la historia de una mujer que tiene la particularidad de cumplir cien años. Pero ese es un dato menor ya que la esencia del relato radica en la forma en que este fue concebido y como se plasmó en la pantalla, con humor e inteligencia.
Una experiencia reconfortante Sofía cumple 100 años narra con suspenso, encanto y humor una vida y un país En el pressbook del film, el director Hernán Belón escribe una líneas de presentación en las que indica -entre otras cosas- que sólo el 0,015 por ciento de la población mundial alcanza los 100 años y resalta que la protagonista ha vivido desde el Centenario de 1910 hasta el Bicentenario actual. Si esos dos hechos ya de por sí resultan excepcionales, aún más lo son la intensidad de ese siglo de vida (de Sofía y del país) y la lucidez (en este caso, de la heroína del relato) con que ha llegado hasta el día en que festeja la centuria. Sofía sufrió todo tipo de contratiempos, golpes y tristezas (desde la absurda muerte de su padre en el terremoto de San Juan en 1944 hasta la desaparición de un hijo durante la última dictadura militar, pasando por un exilio forzado a los 67 años), pero también miles de experiencias gozosas, que son compartidas en el film a través de viejas imágenes caseras que habían sido tomadas en el ámbito familiar o directamente gracias a la prodigiosa memoria de esta encantadora mujer a la hora de recordar los hitos de su vida. Sofía cumple 100 años es, claro, un documental (una home-movie), pero en realidad resulta mucho más que eso: una comedia y una tragedia (la vida es una tragicomedia), un registro de época (están muy bien aprovechados los materiales de archivo) y, en definitiva, una gran historia de amor. El amor que ella profesa a sus seres queridos y que éstos le retribuyen (emociona ver la admiración, la devoción que por ella sienten sus nietas). El film tiene suspenso (Sofía se quiebra la cadera luego de una caída y no sabe si podrá asistir a la celebración), encanto y humor. La protagonista tiene clara conciencia de la presencia de la cámara, pero actúa con una naturalidad que convierte al espectador en un observador privilegiado de su intimidad. Belón hace fácil lo difícil: está donde tiene que estar para captar los pequeños grandes momentos, pero sin forzar jamás las situaciones, sin que su cámara resulte intrusiva y sin perder el pudor que una aproximación de estas características exige. La película -que tiene algunos puntos en común con la también notable Diletante , de Kris Niklison- es una emotiva celebración (y valoración) de la vida. Un verdadero hallazgo tanto en términos cinematográficos como humanos. Vale la pena acercarse, entonces, a estas viñetas de la admirable vida de Sofía. Se trata, sin dudas, de una experiencia reconfortante.
Relato humano narrado con sencillez y sensibilidad Sofía Yussem cumple 100 años, y los festeja contando su vida. Podría ser la buena noticia de la semana en cualquier diario de provincia o en cualquier país chico. Sin embargo Hernán Belón realizó una película, y logró estrenarla en los cines. Sofía es una señora a la que quieren todos. Tiene una hermana, de 95 años, con la que se pelea por minucias; tiene hijos que la miman, nietos y una gran familia donde no faltan los sobrinos y las amigas. También tiene dolores, como la desaparición de su hijo en los ‘70, la muerte de su esposo, el terremoto de San Juan del 44, donde perdió la vida uno de sus familiares más querido, etc, etc. Todos esos dolores, angustias y los momentos felices con las que Sofía carga como todo ser humano que ha vivido mucho, están muy bien plasmadas en esta peli que es un canto a la vida. Tampoco faltan sus achaques de salud, como se aprecia cuando está internada porque se rompió la cadera, apenas unas semanas antes de su cumpleaños. Sofía es una niña grande muy mimada y querida que festeja su cumpleaños en compañía de una familia unida y hermosa. Como los Campanelli de ficción en nuestro pasado televisivo, pero en la vida real en el 2010. Una hermosa historia de vida que es ejemplo de lucha y coraje para todos los que defendemos los derechos humanos, narrada con sencillez, casi de entrecasa, con buen criterio fílmico, sin alardes, pero con sensibilidad.
Con algunos puntos de contacto con la reciente Diletante de Kris Niklison, que se ocupó de Bela, una señora octogenaria y levemente aristocrática de una zona ribereña argentina, Sofía también retrata a una mujer muy mayor, que en este caso está a punto de cunplir nada menos que un siglo de vida. Ese espíritu testimonial y afectuoso de aquel logrado trabajo documental está también presente en esta notable y aún más entrañable película de Hernán Belón, quien registra el itinerario de una mujer que se va acercando, mientras experimente diversas sensaciones, a su cumpleaños número cien. Una anciana juvenil, lúcida, activa y enérgica, dueña de un amor a la vida verdaderamente extraordinario. En este caso la señora Sofía es una persona urbana y con un compromiso ideológico mucho más profundo, ya que su doloroso pasado incluye la desaparición de un hijo durante la dictadura cívico-militar y un exilio que debió llevar a cabo cuando ya se acercaba a los setenta años de vida. También debió padecer la muerte de su padre en el terremoto de San Juan de 1944, sin embargo nada de eso la entristece del todo, su sentido del humor siempre presente se combina con un envidiable optimismo. Por otra parte su sorprendente lozanía permite que cocine para numerosos invitados, que lea sin anteojos, que opine y discuta acerca de cualquier tema y que esté en permanente actividad y movimiento, aún con los achaques propios su avanzadísima edad. La película está estructurada en segmentos titulados con los nombres de los meses anteriores a su cumpleaños, y aunque para cuando llegue esa época estará en silla de ruedas por una fractura de cadera, nada le impedirá ser parte del gran festejo centenario. La emoción que Sofía deja fluir en cada encuentro y a cada momento, logra ser transmitida al espectador, más aún al arribar a esa celebración inolvidable. Como el film, memorable y celebratorio.