Mi vida sin ellos
Una mujer de cuarenta años en medio de una crisis personal es el desencadenante de la ópera prima de Gabriela Trettel, en donde desde la introspección explora lo que sucede con alguien que pese a tener todo lo que deseó un día se da cuenta que su vida navega en el vacío.
Adriana (gran trabajo de Laura Ortiz) está casada con Juan y tiene dos hijos entrando a la adolescencia. Ese verano, un nuevo sueño se hará realidad y la familia compra una cosa cercana al río para pasar toda la temporada. Ya instalados, Juan tendrá que volver a la ciudad por motivos laborales y los chicos deambulan sin depender tanto de ella. Adriana empieza a percibir un extraño vacío que la hará plantearse si esa vida es la que en realidad quiere tener.
En su esencia, Soleada (2016) es una película de personajes, pero donde sin lugar a dudas el espacio ocupa un rol preponderante. Filmada en la provincia de Córdoba, en la zona de Sierras Chicas, Adriana llegará al lugar con su familia para instalarse en la casa y de la misma manera que va descubriendo el pueblo, el paisaje, la propia casa y los objetos que la habitan, se redescubrirá a sí misma. El cambio del hábitat hará que se replantee su propia vida.
A la vez que la película aborda la crisis personal de la protagonista, de manera tan sutil como la exterioriza, también traza un paralelismo, y a la vez contrapone, lo que pasa con los hijos adolescentes. Mientras Adriana se encuentra a si misma, sus hijos están en plena etapa de iniciación y descubrimiento.
Soleada esta atravesada por un vidrio que falta, que aunque pareciera ser de vital importancia a medida que pasan los días todos comienzan a olvidarse de él. Pero sobre el final, cuando finalmente llega, el vidrio se rompe en mil pedazos. Metáfora alegórica si la hay sobre vínculos y relaciones que parecen imprescindibles hasta que un día, de la misma forma que un vidrio, se terminan rompiendo. Y ya nada volverá a ser igual.