Soledad

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Por los años ‘90, Soledad Rosas era una joven como tantas. De clase media burguesa, era una inconformista, pero sin ideales políticos a la vista como para entender la diferencia entre socialismo y comunismo. Hastiada de la vida que llevaba, emprende un viaje a Europa junto con una amiga de su madre. Y es allí donde todo hace eclosión.

Es en Italia donde conoce a Edo (Giulio Maria Corso), que será su pareja, y con él, a un grupo de anarquistas. Soledad tiene 22 años y lo que la rodea allí no la tiene desconcertada, pero ante su sencillez las trampas de la política y el engaño la ponen frente a una tesitura radical. Por deseo y por derecho propio.

Lo que cuenta la opera prima de Agustina Macri se basa en hechos reales. Soledad se involucró en la lucha contra un complejo ferroviario que iba a instalarse en Turín. Pero había otro grupo anarquista, violento, de acciones terroristas. Soledad caerá en prisión junto a Edo y otro compañero, sin pruebas en contra, y serán sus principios inquebrantables los que definirán su vida y su futuro.

Ante la brutalidad estatal, Macri plantea que su protagonista pudo esquivar, vía vericuetos jurídicos, su situación. Pero no. Soledad entendía que vulneraría los ideales en los que creía su amor. Y no claudicó.

Macri contó con Vera Spinetta para interpretarla, y ése es uno de los mayores aciertos. El personaje crece, cambia, y no sólo físicamente. La hija de Luis Alberto Spinetta se compromete hasta el alma, y se nota en la pantalla.

La directora, hija del Presidente de la Nación, la rodeó de actores argentinos para formar su familia (Luis Luque, Silvia Kutika) en el rodaje en la Argentina, y de intérpretes peninsulares cuando la acción se traslada mayoritariamente a Italia.

Le falta, sí, algo de la combustión, la llama que hubo entre los amantes, que no ha llegado a plasmarse del todo en el filme. Por otro lado, el manejo que Macri tiene de los tempos -saltando en el espacio y precisamente el tiempo; no dando nada por sentado, obligando al espectador a elucubrar y terminar las situaciones- y el trabajo de cámara y arte es realmente logrado, acabado. Estamos ante una producción que reluce donde debe, sin centellar porque no lo necesita.

No hay en ese sentido excesos, denota una aplicación de recursos correcta, y abre en cuanto a la realizadora un futuro prometedor.