Negocios de familia
Esta, hay que anticiparse, es ante todo una película rara, inasible, volátil, extraña, anárquica, pero sobre todo entretenida. Ninguno de estos epítetos constituyen un calificativo en el orden de una calificación, sino más bien en el orden de lo indescifrable.
Vayamos por parte.
Ya a esta altura, luego de ocho colaboraciones conjuntas entre Tim Burton y Johnny Deep, sumándole gran parte del equipo técnico entre los que se encuentra principalmente el montajista Chris Lebenson, y el director de fotografía Bruno Delbonnel, pasando por el responsable de la dirección de producción Rick Henricks, e incluyendo a la responsable del diseño de vestuario Colleen Atwood, colaboradores casi permanentes, conforman una gran familia.
Esta gran familia se proyecta en cada escena del último filme del que fueron partícipes, “Dark Shadows”, tal su titulo original. Es sabido que la producción cinematográfica es una tarea colectiva, donde cada persona sabe que es lo que debe hacer en el momento indicado.
Esto que parecería una introducción ajena al texto fílmico, podría de la misma manera tomarse como parte de lo que plasmaron en la pantalla. Todo trata y todo queda en familia, en este caso una familia disfuncional, la historia del vampiro Barnabas Collins (Johnny Deep), personaje que según parece es un icono de los seguidores del genero del terror, un personaje de serie de TV casi tan importante en esta literatura como el “Drácula” de Bram Stocker.
Pero en el prologo nos presentan a la familia del joven Barnabas llegando a América, provenientes de Gran Bretaña, Liverpool para ser más precisos, (el mismo lugar de donde provino la invasión beatlemania, para poner un punto más para pensar) durante el masivo éxodo del siglo XVIII.
En las nuevas tierras el padre de nuestro héroe conforma una empresa, familiar por supuesto, dedicada a la explotación pesquera, llegando en poco tiempo a constituir un pueblo que lleva el apellido de la casta fundadora.
Pasaron algunos años, el joven Barnabas se ha enamorado de Victoria Winters (Bella Heathcote), mientras satisface sus apetitos carnales con la hija y asimismo criada de la familia Angelique Bouchard (Eva Green), quien finalmente, despechada por su amado Barnabas, toma el lema tan humano “sino puedo poseerlo, lo destruyo”. Es así que convierte al depredador de su juventud en vampiro y lo entierra vivo.
Elipsis de por medio, Tim Burton lo ubica en 1972, pero un descubrimiento accidental logra liberar a Barnabas Collins de su encierro. El hombre de mundo crecido a finales del siglo XVIII se ve inmerso en un mundo en el que todo le resulta extraño. Han pasado 200 años, el espacio físico es reconocible en parte, pero las modificaciones son elocuentes.
El pueblo lleva otro nombre, y la empresa fundada por su padre ha desaparecido, no así su familia y el castillo tipo inglés construido oportunamente, pero sus descendientes no han sabido mantener el brillo de la estirpe.
Ha regresado y hará resurgir ese resplandor tal cual el “Ave Fénix”. Ahora al castillo medio derruido lo habitan Elizabeth Collins Stoddard (Michelle Pfeiffer) su familiar directo, el marido, sus dos hijos, y la Dra. Julia Hoffman (Helena Bonham Carter), la psicoanalista de la familia, increíble personaje.
La que no ha desparecido, y es la primera responsable de la decadencia del “linaje”, es la bruja Angelique, quien representará al antagonista del vampiro, del cual ha pesar del paso de los años continua enamorada.
A modo de introducción del relato esto que parece llevar infinidad de tiempo es narrado en secuencia de imagen y sonido en cuestión de minutos, y tal situación se va a seguir repitiendo durante toda la proyección, a un muy buen ritmo, tanto narrativo como de estructura, apoyándose en el montaje pero, principalmente en los diálogos de muy buena construcción y mejor remate Todo a partir de un guión que si bien no esta a la altura de las anteriores producciones de la familia cinéfila, tampoco desentona.
En este orden es donde el filme se hace demasiado (en este punto como elemento positivo) heterodoxo, ecléctico, hasta se podría decir camaleónico, que pasa del tono de comedia al drama, a película de genero del terror, por momentos sentencioso. Pero no parece estar en los deseos del realizador burlarse del genero, como si la burla fuese la finalidad, sino que juega con él mismo, le pone su impronta, tal como hizo en otras oportunidades, como ejemplo citemos a “El cadáver de la novia” (2005).
Como siempre en las producciones de Tim Burton, entre lo más destacable se encuentra la dirección de arte, y en este rubro, no importa como esta conformado el departamento de arte, lo que daría cuenta que la estética buscada por el director es propuesta sin posibilidades de diferentes interpretaciones, demostrando que en definitiva él es el único responsable, tal cual ocurría entre la dupla Carlos Saura y Vittorio Storaro, hasta que el español se enojo con la “crítica” y cambio de director de fotografía, manteniendo el mismo perfil en las siguientes producciones.
En otro orden de situación cabe destacar la muy buena banda sonora realizada por Danny Elfman, ha esta altura ya un punto asegurado en el rubro, pero no sólo por las composiciones y la inclusión de las mismas en los momentos adecuados, sea para puntualizar un momento o para atenuar un impacto visual, sino también para destacar, y no es casual, la selección de canciones setentístas, que van de Carpenter a Deep Purple, pasando por Iggy Pop, Elton John, para culminar incluyendo un cameo de Alice Cooper.
Por supuesto que para que todo esto funcione debe quedar registrada la empatia de los espectadores para con los personajes y los actores. Los grandes conocidos cumplen, tanto Johnny Deep como Michelle Pffeifer, en tanto Helena Bonham Carter vuelve a sorprender, parecen inagotables sus recursos histriónicos, pero también se destacan muy gratamente Eva Green y Chloe Grace Moretz, interpretando a Carolyn Stoddard la hija adolescente de Elizabeth Collins.
(*) Realizada en 1989 por Sidney Lumet.