El regreso del vampiro simpático
Ha vuelto el gótico. Nada del otro mundo. Ninguna obra maestra. Pero sí a la altura de lo que se sabe es (y no ha sido) el cine de Tim Burton. Esto es: galería freak de almas en pena, atormentados seres de ultratumba, de muerte serena, miradas tristes, melancolía fúnebre. Allí, entonces, Edward Scissorhands, Ed Wood, Batman, El jinete sin cabeza, Sweeney Todd, Jack Skellington. Todos vestidos de una noche siempre negra, por fuera del ánimo torpe, tan ajeno a Burton, supuesto por Alicia y un aburrido País de Maravillas.
Pero ahora, sí y por fin, Barnabas Collins. Otra vez a las fuentes. Con maldición y bruja de por medio. Mujer despechada que no perdona y hunde al objeto de su amor en siglos de confinamiento. Vuelto vampiro, Barnabas (Johnny Depp) despierta en plena década 1970, entre colores extraños a la herencia europea, en busca de la gran mansión donde residiera.
Una gran M lo recibe y, si de Burton se trata, también entonces de Fritz Lang. "¡Mefistófeles!" dice el vampiro, ignorante de las hamburguesas que simboliza, así como ajeno al espíritu de sus cajitas felices. Ironía bienvenida. Que permite jugar de manera alterna referencias cruzadas con la época actual: "¿qué pensás del presidente?", "¿Y de la guerra?". Además de un cúmulo de hippies en trance de decadencia, menú por ello obligado para las fauces de este Nosferatu aggiornado.
También los '70 porque es ésta la época de la serie televisiva de origen, realizada por Dan Curtis, artífice de aquella legendaria Trilogía del terror, con Karen Black siendo perseguida por un aborigen diminuto. El film de Burton decanta hacia la profusión del gag. Algunos más logrados. Otros menos. Pero con un encanto justo como para situarse dentro de su universo característico, donde otra vez la familia es lugar de desnivel, nido de víboras e hipocresía. En Beetlejuice se sentía un rasgo parecido.
También porque habrá justicia poética. En este sentido, Barnabas es Drácula. Varios elementos dan cuenta de ello, y uno de manera muy especial, cariñosa. A descubrirlo. El amor está presente, así como su promesa eterna. También el sexo. Como quizás nunca antes Burton se lo permitiese. Y voluptuosamente.
De todos modos, y por fin, la amalgama entre las sombras, el niño, la poesía: Pee-Wee, Edward Bloom, Charlie Bucket, y también Barnabas Collins. También su sobrino lejano. Y quizás la niña precoz, ya tan sinuosa. Sin olvidar por ello un pop por momentos de estruendo, tan clásico al plástico norteamericano como también consecuente con el contraste que significa ante la raigambre vampírica y su folklore.
Allí también, y con gloria, momentos culmines de reminiscencias hammerianas y cormanianas: Usher, Poe, Vincent Price. Juntitos y dando cobijo a este vampiro simpático. Entre grietas de una gran mansión que comienza a tambalearse entre fuegos de agonía. A la espera, como de costumbre, del querido pantano.